Ya lo decía mi abuela, las palabras no se recogen, hay que ser muy cuidadosos con qué decimos y sobre quién lo decimos. Cada año que pasa no deja de sorprenderme el nivel de xenofobia, racismo y violencia que ejerce el PSOE sobre una parte del colectivo migrante. Hace unos días, de nuevo gracias a la movilización social, conseguimos que la ILP pasara un nuevo trámite parlamentario.
Vivimos rodeados de cosas. Figuritas de adorno, suvenirs, mesas, sillas, butacas en las que nadie se sienta, estanterías repletas de libros ya olvidados, marcos con fotos de otras épocas de personas que ya no son lo que eran; la cafetera de diseño, la airfryer, el cepillo de dientes, la afeitadora, el reloj y el teléfono móvil -ambos smart– e infinidad de aparatos cuya tecnología nos promete una vida más fácil y que nos regalan más tiempo para dedicar a nosotros mismos, apuntarnos a yoga, ir a terapia, escribir frases guays en el Threads, hacer entrenamiento funcional y pagar las inscripciones de maratones que no vamos a correr. Ingentes cantidades de ropa en los armarios y cómodas, debajo de la cama, en cajas, en el cesto de la ropa sucia; nunca es suficiente para una vida tan ajetreada y la infinidad de situaciones en las que debemos estar presentes: bodas, funerales, un brunch, un cóctel, una gala, un estreno, una escapada de fin de semana, la clase de yoga, la sesión de entrenamiento funcional, la cita con la terapeuta, la fotito para el Insta; además, hay que tener en cuenta las cuatro estaciones del año, la hora del día o de la noche, las modas, las tendencias, la edad, el peso.
Debía tener ocho o nueve años cuando mi tía Gloria, llegó a casa con una caja llena de libros, me regaló una colección de diversos títulos de «literatura infantil y juvenil». Algunos los disfruté mucho como «Las aventuras de Tom Sawyer», u otros que me llamaban la atención como «Corazón diario de un niño», «El Libro de la Selva», «La historia interminable» y el que fue y sigue siendo uno de los más especiales para mí: «Momo» de Michael Ende.
Cuando los negros eran tratados como mierda en EEUU 2 velocistas americanos levantaron el puño en el podio de los Juegos Olimpicos de Mexico 1968 reivindicando los derechos humanos de los negros en su país.
Fueron expulsados inmediatamente, su carrera deportiva terminó, recibieron amenazas de muerte y terminaron uno de lavacoches en Texas y el otro de estibador en el puerto de Nueva York. Fue gracias a gente valiente como ellos que la segregación racial en EEUU retrocedió un poco.
Pero la historia del blanco de la foto es menos conocida y es digna de una película. Es australiano, se llamaba Peter Norman y fue medalla de plata en esa carrera. Yo pensaba que estaba ajeno a la movida que se montó detrás de él pero no es asi.
Los 2 americanos le explicaron lo que iban a hacer y que le parecía. Norman contestó: “Creo que todo hombre tiene derecho a beber la misma agua. Creo en lo que creen ustedes”. Y a continuación señaló el distintivo de la lucha de los negros (la pegatina redonda blanca que se ve en la foto) y preguntó si tenían uno para él. De esa forma mostró su solidaridad con la lucha de los negros.
Las consecuencias para el australiano fueron terribles.
Fue condenado al ostracismo. No sólo se le hizo difícil seguir corriendo; tampoco conseguía quién le diera trabajo. Repetidas veces lo invitaron a pedir perdón por el episodio de México, pero él se negó, y siguió entrenando por las suyas y logrando tiempos superiores a sus rivales. En los cuatro años siguientes batió trece veces la marca de calificación en los 200 metros para ir a las Olimpíadas de Munich en 1972, pero no lo convocaron al equipo nacional y, por primera vez en la historia de los Juegos, Australia no tuvo sprinter en las finales de 100 y 200 metros. Norman intentó dedicarse al fútbol australiano profesional pero una lesión en el tendón de Aquiles lo puso al borde de perder la pierna por gangrena. Se hizo adicto a los calmantes que le recetaban, luego alcohólico, luego se recuperó y empezó a militar en el sindicalismo y trabajar en una carnicería. Usaba su medalla olímpica para trabar la puerta de su departamento.
Cuando se anunció que Australia organizaría los Juegos en el 2000, se ilusionó con que lo incluyeran en los festejos. Los organizadores de Sydney invitaron a todos los medallistas olímpicos australianos a desfilar el día de la inauguración, pero a Norman no sólo lo excluyeron del desfile: ni siquiera le mandaron entradas para ir al estadio. Era el mejor velocista de la historia australiana pero no existía. Incluso en la estatua que se había erigido en el campus de San José, California, conmemorando aquel podio de México 68, el segundo lugar estaba vacío.
Cuando murió en el 2006, los 2 ex velocistas americanos viajaron hasta Melbourne y llevaron su feretro. La banda que acompañaba el cortejo tocaba “Carros de fuego”.
D. Cabezas. (visto en su muro de facebook)
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