Aznar

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Llega el solsticio de invierno y José María Aznar renuncia a la presidencia de honor del Partido Popular. Qué desamparo. Lo bueno de los solsticios es que indican el principio de una estación y el final de otra. A partir de ahora, tras la noche más larga, quedan 88 días y 23 horas para la llegada de la primavera -un poco menos para cuando estéis leyendo esto-. Una eternidad. Pero la renuncia de Aznar no sabemos muy bien cómo tomárnosla.

Algunos pensarán que Aznar dejará definitivamente la política, que al fin se ha decidido a poner el intermitente, cambiarse al carril de la derecha y circular con tranquilidad para pasar desapercibido. Pero es que eso no le va.

Fue dos veces presidente de España por la gloria de Dios. En su juventud militó en el Frente de Estudiantes Sindicalistas, una organización falangista católica. De ser un don nadie con aspecto de chulo de pueblo, pronto comenzó a codearse con algunas de las personas más influyentes del país. Nos llevó a la guerra de Irak a buscar unas armas de destrucción masiva que no existían y a la de Afganistán a por los responsables de la barbarie, mientras el barbas se partía la caja y organizaba más atentados por todo el mundo. Todos recordamos aquellas fotos infames en las que se ve a Tony Blair un poco descolocado, a George W. Bush con su eterna expresión de «dónde está el wisqui» y a José María Aznar pletórico, riéndose con desparpajo y con las melenas al viento de las Azores después de reunirse para lanzar un ultimátum a Sadam que acabó desembocando en la invasión de Irak. Un año después de la famosa cumbre, cuatro trenes de cercanías saltaron por los aires en Madrid causando cerca de 200 muertos y más de 2000 heridos; Aznar y su gobierno señalaron a ETA como autora de los atentados desde el primer minuto y, bueno, ya sabemos cómo sigue la historia.

Aznar nos demostró lo que es la ambición. Tras esa cara de persona enfadada con un mundo que no lo comprende está el hombre autoritario e implacable. Su presencia llenaba todos los espacios; intimidaba a muchos en su partido. De carácter mesiánico, sigue siendo un tío dispuesto a sacrificarse por su patria si la situación lo requiere. Nos enseñó qué es el desparpajo, qué es la chulería -si es que no lo habíamos aprendido ya de otros próceres ilustres -; nos enseñó qué es una boda por todo lo alto, una boda -la de su hija- que terminó siendo un ensayo del desfile hacia los juzgados que protagonizarían unos años más tarde algunos de los invitados a la ceremonia.

Cada vez que veo una imagen de Aznar me empieza a picar todo el cuerpo, como si de repente su simple aparición en una pantalla o en papel desencadenara una reacción alérgica. Su figura me transporta a otra época que tuve la suerte de no vivir, pero de la que conservo en la memoria algunos testimonios desagradables protagonizados por personas que conozco o he conocido.

José María Aznar parece ese tipo de personas que están constantemente intentando contenerse, como si tuvieran que llevar siempre puesta la camisa de fuerza. Con la barbilla siempre apuntando al cielo, mirando por encima del hombro, creyéndose poseedor de la verdad absoluta. Aleccionador, moralista, perfecto. Superhombre.

No sabemos si a partir de ahora permanecerá para siempre en la sombra hasta acabar perdiéndose. Lo que sí sabemos es que su sombra es muy larga, como la de los atardeceres otoñales, como la de esos personajes que todos queremos olvidar pero que, sin embargo, siempre recordamos.

Fernando Prado.

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