Hablar de drogas siempre me resulta complicado, en primer lugar porque soy un gran desconocedor del tema -al igual que de otros muchos-, y en segundo lugar porque no puedo evitar sentir que no drogarme, no ser un adicto, me otorga cierta superioridad moral sobre aquellos que por desgracia conviven con una adicción. Eso me molesta enormemente porque soy consciente de que cualquiera puede caer, de hecho, es facilísimo. Además, aún existe un estigma social y una gran hipocresía al respecto, y los drogodependientes son considerados poco menos que basura por una sociedad que consume grandes cantidades de tabaco, alcohol, marihuana, hachís y cocaína, y también de ansiolíticos, antidepresivos, benzodiazepinas, anabolizantes, etc.

La epidemia de fentanilo y otros opiáceos que se está viviendo en Estados Unidos pone los pelos de punta. Hasta ahora me preguntaba cómo era posible que en España no se estuviera consumiendo esta droga -100 veces más potente que la morfina y 50 veces más fuerte que la heroína- en grandes cantidades. La respuesta la encontré, una vez más, en el sistema público de salud. El fentanilo sólo se puede recetar a pacientes con cáncer con dosis acotadas a las necesidades del paciente.

El control para recetar este producto farmacológico suele ser triple y con una dosis acotada a las necesidades del paciente. “Primero, por parte del médico, que lo prescribe de manera electrónica, luego, por parte de la farmacia del hospital, que controla las prescripciones, y finalmente por el farmacéutico de calle. Saltarse los tres controles es prácticamente imposible y, si se hace, queda rastro en los informes, que van con nombres y apellidos del médico y el paciente”, explica el doctor Luis Miguel Torres.

Este es otro de los muchos motivos por los es imprescindible mantener el sistema público de salud. A pesar de los recortes, del maltrato sistemático al que es sometido por los gobiernos autonómicos y central, de las políticas destinadas a menguarlo cada vez más hasta hacerlo desaparecer, aún funciona y debe seguir funcionando.

Fernando Prado.

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