Al volver de la manifestación del 12 O

Nuevamente, por segundo año consecutivo, salimos por las calles de Santiago de Compostela el 12O para recordar, recordarles, que NO HAY NADA QUE CELEBRAR. Que su fiesta gore de genocidio y saqueo pronto llegará a su fin. Terminamos la caminata en la praza Cervantes, ahí después de leer el manifiesto de forma colectiva, Jon con altavoz en mano comenzó a decir con digna rabia:

«Déjenlo compas, cuatro papeles rasgados sobre un monumento occidental no equipara la deuda histórica de todo nuestro oro que se llevaron a los bolsillos,
de todos los monumentos que nos tiraron,
ni del conocimiento que nos robaron e hicieron suyo.
Su renacimiento nos lo deben a nosotros
los otros
las otras
y les otres
que se vinieron al norte para cuidar los hijos de aquellas blancas que se iban más al norte y dejamos a nuestros hijos allá abajo, en un sur empobrecido y falto.
Que estúpida y vil paradoja el hacer blanco.
Este mundo no es mejor, es peor porque nos obligan a salir de nuestra ancestralidad para aplanarnos y poner nuestros cuerpos a producir, pero luego nos culpan si producimos de más y si nos curvamos nos encierran.
Vinimos a salvar as súas linguas y sus desvergonzadas curvas de natalidad pero temen el riesgo de pagar sus deudas históricas, se avergüenzan si tienen que callarse o apartarse y entonces se envalentonan. No agradecen.»

Después nos reunimos en Itaca para compartir lo que somos y confirmar que estamos aquí, desde allá y desde entonces. Fue emocionante volver a disfrutar de: música, alimentos, creatividad, saberes, diálogos y abrazos entre nosotros, nosotras y nosotres, incluyendo a la buena gente aliada.

Para volver a casa, me subí al tren de las 22:00h y por alguna razón no se movía, pasaron cinco minutos, después diez y seguíamos ahí, del fondo del pasillo se acercó una mujer racializada, me miraba a mí, mientras hablaba en voz alta y preocupada por qué no salíamos. Me levanté de mi asiento, me quité los cascos y me acerqué a ella para escuchar lo que decía. Me preguntaba si sabía por qué el tren estaba parado, le expliqué que por lo general era puntual, que era la primera vez que me tocaba un retraso. Como no había nadie de RENFE que respondiera, ella salió del tren a preguntar, y un señor que esperaba otro tren le dijo que primero debía llegar el de ellos y entonces saldría el nuestro. Fui a la puerta a esperarla y ahí nos quedamos hablando, del pésimo servicio del tren y de varias agresiones racistas que ha sufrido en la estación por parte de los seguratas y revisores. Me contó que trabaja en el hospital, no me quedó claro si como personal de limpieza o como cuidadora, pero sí me dijo que su empleador es una empresa, es decir, le prestan servicio al hospital. Ella vive en Pontevedra por lo que se desplaza en tren. Estaba enfadada con la situación porque había trabajado 12 horas, su jefe la llamó de imprevisto para que fuera en festivo, al día siguiente debía volver a trabajar, por lo que se debía levantar a las 4:00 para poder llegar a su puesto de trabajo a las 8:00h. En ese momento eran 22:25h cuando el tren se puso en marcha. Yo iba rumbo a Vilagarcía, ella aún tardaría un poco más, porque bajaría en Pontevedra. Seguro que durmió un puñado de horas.

Nos despedimos, pero no nos dijimos nuestros nombres. Yo mexicano, ella seguramente de algún país africano. Ambos volvíamos a nuestras casas, ella del trabajo, yo de la manifestación.

Por eso decimos 12 O Nada que celebrar.

Augusto Metztli.

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