Hablar con pluma y papel

Cuando mi abuelo materno me quería explicar algo, o contarme alguna historia, iba al cajón de abajo de su escritorio. Ahí guardaba las hojas de reciclaje, se llevaba una en la mano, la doblaba por la mitad, del bolsillo de la guayabera sacaba la pluma o lapicero, de los que había que girar para que les saliera el grafito o el bolígrafo, y con trazo seguro, ocupando la superficie de la hoja, componiendo sobre el espacio de manera inteligente, desarrollaba la idea o historia que me quería comunicar. Mientras, se escuchaba el trazo del lapicero sobre el papel, y cuando ya lo ocupaba todo, giraba la hoja y continuaba. Palabra, línea, dibujo. Punto, cruz, flecha, todo al unísono. Disfrutaba y aprendía tanto al verlo.

Años más tarde, viviendo con mi madre y Yamil, todas las explicaciones del mundo, de la escuela, o las anécdotas, se contaban con pluma, servilleta en mano o con cualquier pedacito de papel y objeto con el que se pudiera trazar una línea. Todo eso le servía a Yamil para comunicar su idea. Hablar de arquitectura resultaba imposible sin una superficie donde dibujar. Voz, mano, línea y memoria.

Cuando me mudé a vivir a Puebla al departamento de mi padre, todas las mañanas, entre cafés y cigarros, conversábamos sobre aquella mesa comprada en el barrio de Los Sapos. Él no utilizaba una hoja suelta para explicarse, prefería las libretas, las típicas que se usan en las escuelas. Páginas y páginas de aquellos «cuadernos» llenos de poemas, historias, recuerdos, teléfonos, direcciones, mapas, recetas, pendientes o recados. Nuevamente todo sobre la vida en tinta azul, verde o negra sobre hojas rayadas o cuadriculadas.

Hace unos días me di cuenta que para explicarme, a veces ya no recurro tanto al papel, más bien googleo en mi celular aquello que busco y luego enseño la pantalla. Ya no hay aroma a papel, ni sonidos del trazo de líneas o de pasar páginas de un cuaderno. No sé, me gusta más lo otro. Y finalmente siempre llevo en mi morral una libreta y un bolígrafo, así que, solo es cuestión de volver.

Augusto Metztli.

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