
En una de las tantas conversaciones que suceden en las clases de pintura, las alumnas mencionaron sus idas y venidas con sus médicos, una de ellas hizo una parodia de su pediatra, simulaba escribir en el teclado mientras la paciente (o sea ella) le explicaba lo que le pasaba, la doctora tecleaba sin parar y decía ajá, ajá, sí, sí; que se tome esto… y ya, nunca la miró a los ojos. Las otras niñas que estaban en la conversación dijeron que sus experiencias eran similares.
Desde mucho tiempo soy «acompañante» de una paciente que con frecuencia visitaba a la endocrina, en el hospital Montecelo en Pontevedra. Mientras ella le comentaba sus sentires y experiencias, la endocrina miraba la pantalla, analizando gráficos y curvas de glucosa, mientras tecleaba y tecleaba diciendo ajá, ajá, sí, sí; daba la impresión de que la endocrina no escuchaba con atención, y se quedaba con la mitad de lo dicho por la persona a la que supuestamente debía atender. Con el tiempo comprobamos que efectivamente, escuchó muy poco y entendió aún menos.
Con el paso de los años he comprobado que en la sanidad galega, empeora la atención que brindan las profesionales a sus usuarias. Escuchan menos, no entienden lo que se les dice, tienen prisa, no empatizan, son groseros/as, a veces imprudentes e insensibles. Y me refiero desde la atención primaria (médicos de cabecera) hasta llegar a las especialidades como en el caso de Endocrinología.
La última vez que fui a ver a mi médico de cabecera, era un doctor centroamericano, me escuchó atentamente (sin teclear), respondió a mis dudas, me recetó todo lo que necesitaba, me explicó muy detenidamente cómo, cuándo y cuánto utilizar «los medicamentos», mirándome a los ojos. Agendó una nueva cita para consulta telefónica de seguimiento. Incluso tuvimos tiempo de que me contara que su padre fue refugiado político en México, huyendo de la persecución de la dictadura en su país; él y su familia durante algunos años decían que eran mexicanos.
Llegó el día de la consulta telefónica y tan atento en persona como por teléfono. Cuando hay voluntad y conciencia es sencillo escuchar. A los y las profesionales sanitarias se les olvida que cuando vamos a sus espacios de trabajo (ambulatorios u hospitales) es porque estamos pasando por un momento de vulnerabilidad, nos sentimos mal, enfermos o preocupados. Por eso es tan importante empatizar con nosotros y nosotras.
Además es un servicio público que pagamos entre todos y todas. Que estén ahí es un esfuerzo colectivo.
Augusto Metztli.
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