
Leí que investigadores de la Universidad de Santiago de Compostela estaban haciendo un trabajo de campo, para recabar datos de cuántos grados bajaba la temperatura de la calles permitiendo que la hierba y el musgo crecieran en las juntas de las baldosas o piedras de los caminos y aceras.
Recuerdo que ya en los primeros años de la carrera de arquitectura, hace más de un cuarto de siglo, cuando empecé, era una sugerencia recurrente de las y los profesores, dejar los árboles de los terrenos, proyectar causando el mínimo impacto ambiental, dejar más de la superficie reglamentaria libre de hormigón, asfalto o cualquier otro material que impida la absorción del agua por medio del suelo, regular la temperatura de los espacios por medio de sistemas naturales y ayudándonos de vegetación, fuentes, arbolado, orientaciones, vanos, alturas, ventilación cruzada. Entonces ya nos pedían que recuperáramos materiales cercanos y lo más respetuosos que se pudiera con el medio ambiente, que nos inspiráramos en técnicas de construcción tradicional, que redujéramos el uso de concreto (hormigón).
Las mismas recomendaciones las hacían para espacios públicos y para el diseño urbano. En todos los proyectos que hice, intenté aplicar esas recomendaciones. Parece que ese discurso caló en buena parte de la gente que proyecta y construye en México, aunque también hay la que no y que ama el hormigón y es alérgica a los árboles. Desde que vivo aquí en Galicia, he notado justo lo contrario a los que me enseñaron en la universidad, en prácticamente todas las intervenciones urbanas que he visto, abusan del hormigón, arrasan con los árboles preexistentes y las pocas zonas verdes y de absorción de agua, son insuficientes, encadenando olas de calor por el cambio climático. Este tipo de urbanismo lo empeora todo, incentivando el efecto isla de calor.
Por lo visto esto sucede en muchos lugares, así que movimientos vecinales han optado por levantar las losas de hormigón del pavimento y convertir en zonas verdes, jardines y arbolados ese suelo recuperado. El movimiento se llama Depave y comenzaron en Portland en USA.
Es tan absurdo que la gente que se supone debe diseñar ciudades y espacios públicos, no tenga en cuenta el factor clima y la salud ambiental para hacerlo. Eso pasa allá y aquí a la vuelta en todas las intervenciones que hacen en Vilagarcía de Arousa, el pueblo donde vivo.
Augusto Metztli.
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