
Se habla -y no poco- en las redes sociales de los hombres de alto valor. En realidad, se habla de ello en todas partes, se publican libros, se escriben blogs. Si desarrollas hábitos alimentarios saludables, haces ejercicio de forma regular y practicas la meditación, te estableces objetivos profesionales y metas a largo plazo, y, además, consigues el equilibrio entre la vida laboral y personal, vas por el buen camino. Vamos, conceptos típicos de la autoayuda de toda la vida permeada de una masculinidad ultraliberal, patriarcal, sexista, pero molona. El hombre proveedor y protector liberado del yugo feminista (nazi), ecologista (nazi) y progre (nazi).
Este discurso me aburriría si no fuera porque me resulta peligroso. Peligrosísimo, más bien, porque surge -según argumentan no siempre de forma clara- de hombres cuya masculinidad ha sido aplacada, herida, que han tenido que dejar de hacer y decir lo que les da la gana, que de pronto se han convertido en sospechosos por su comportamiento y que son vistos por una parte de la sociedad como potenciales maltratadores y violadores. Pobres. Después de siglos de dominación y privilegio. Es peligroso, insisto, porque pretende preservar unos valores inaceptables en la sociedad actual, y para ello se disfraza y se emperifolla de crecimiento personal y mindfullness y bla, bla, bla.
El modelo de éxito en venta por los gurús es el de un hombre emprendedor, capaz de generar dinero -cuanto más mejor-, que conduce un super deportivo, un tipo cachitas y guaperas que posa al lado de un pibón -en resumen: poder-. Lo que pasa es que el éxito es caprichoso; no es el resultado de un cálculo matemático ni una receta de canard à l´orange. El éxito -ese tipo de éxito- está directamente relacionado con la clase y el dinero de cuna. Los chavales que hacen cola para asistir a una charla del Llados -ese nadie- de turno previo desembolso de cientos o miles de euros probablemente no llegarán a ninguna parte por mucha disciplina, empeño y dedicación que pongan para cumplir sus objetivos.
Cuando leo posts, tuits o lo que sea de mujeres demandantes -solicitantes, reclamantes, suplicantes- y defensoras de hombres de alto valor -algunas indignadas porque el chico les sugirió pagar a medias la cuenta en la primera cita, ¡red flag!-, sencillamente desconecto.
Fernando Prado.
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