He visto y leído sobre el caso de Dominique Pélicot (y decenas de hombres más), acusado de drogar y reclutar desde 2011 a más de 80 hombres de Mazan (el pueblo donde viven) y otras localidades vecinas, para violar a su esposa Gisèle Pélicot. Y es escalofriante.

Hay una pintada que han hecho cerca de donde sucede el juicio, dice: “Hombres comunes. Crímenes horrorosos”. Que en mi opinión representa a la perfección lo que sucedió y sucede, hombres normales, como cualquiera de nosotros, hicieron aquello que les propuso otro hombre normal. Solo se negaron unos pocos, pero no denunciaron. Lo que me lleva a recordar algo que leí, que se llama «Pacto entre hombres», donde crímenes y aberraciones como una violación colectiva o un abuso o un acoso, por lo general a una o a varias mujeres, se celebra, se aúpa y se guarda el secreto como complicidad y hermanamiento entre los implicados. Donde más que una cuestión de placer sexual, tiene que ver con el «poder», con el regodeo de los privilegios que tenemos por ser hombres, el heteropatriarcado colonialista de toda la vida.

Esto se lo hizo un hombre casado, 50 años de matrimonio, a su compañera de vida. Lo organizó con alevosía, lo grabó, lo colectivizó y lo almacenó. Es muy violento todo.

Gisèle Pélicot dijo antes de que comenzara el juicio: “Gracias a todos vosotros tengo fuerzas para llevar esta lucha hasta el final. Esta lucha que dedico a todas las personas, mujeres y hombres, que en el mundo son víctimas de violencia sexual. A todas esas víctimas, quiero decir hoy, mirad a vuestro alrededor, no estáis solas”.

Augusto Metztli.

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