
Vivimos en la era de la imagen -y su distorsión-. Consumimos contenidos a través de la vista de manera compulsiva, y tal vez no desatine demasiadado si digo que la gran mayoría de lo que “vemos” es irrelevante, basura ciberespacial. Puedo estar de acuerdo en que necesitamos aislarnos de la realidad atroz en la que vivimos y sus efectos, de las tediosas rutinas, del trabajo estúpido y del jefe idiota; todos queremos -o anhelamos- llegar a casa y descansar, tomarnos una sopa boba y acostarnos a dormir. Pero darle la espalda a los hechos -”yo no veo las noticias ni leo los periódicos”- no hace que desaparezcan, que no hayan ocurrido o que no tengan consecuencias.
Podríamos dejar de hablar de duelos televisivos, de minutos de oro y prime time, de Broncanos y Motos, y hacerlo, por ejemplo, de los soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel que arrojaron los cadáveres de tres palestinos desde una azotea en Cisjordania. Porque viendo las imágenes de los cuerpos inertes precipitándose al vacío después de ser empujados y pateados por los soldaditos en misión divina deberían asaltarnos de inmediato varias preguntas. ¿Qué más? Sí. ¿Qué más les vais -vamos- a quitar? ¿Qué les queda que no le hayáis -hayamos- arrebatado ya? ¿Dónde está el límite, si es que lo hay, de la deshumanización, de la humillación, de la crueldad?
Mirar a otra parte es tan importante para no convertirnos en monstruos, como hacerlo sin pestañear, enfrentándonos a los hechos -y a nosotros mismos- aunque nos remuevan las entrañas y nos provoquen náuseas.
Fernando Prado.
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