Lalachus

Voy a caminar a un palmo -o dos, o tres- del suelo, despacito, por si estás despistado, con aire solemne, como si fuera una virgen a la que sacan de procesión, para que te enteres. Existo, sí. No soy un fantasma ni ninguna de esas pendejadas; tampoco soy una figura de madera o de yeso, vestidita con ropas vaporosas y pintada según el canon. Soy los huesos y la carne, las vísceras y las entrañas, los fluidos y los humores que componen este cuerpo rotundo, feo, amorfo, desfigurado -e igual de sintiente-, coronado con un cráneo dotado de una mente que piensa por sí misma. Existo, pues, aunque tú no me quieras ver. 

Te jode, ¿no?, que la televisión pública me haya elegido para dar las campanadas. Échale sal y te rascas. Demasiados impuestos que pagas para que una gorda de mierda aparezca en pantalla haciendo el ridículo mientras tú te atragantas con las uvas y brindas por el nuevo año rodeado de familiares a los que no soportas, y niños impertinentes, y mujeres y maridos con los que no follarás. 

Pues déjame decirte que más gordas tendría que haber en la tele, y más maricones, y marimachos, y travelos, y putas, y más, muchos más miembros de esa fauna exótica pervertida y viciosa que, según tú, no nos representa porque son todos, todas, todes o como mierda se diga -me cago en el puto lenguaje inclusivo-, unos degenerados. 

Levanta la copa, anda. Chin-chin. Repite conmigo: arriba, abajo, al centro y pa´dentro.

Fernando Prado.

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