
Desde que el delincuente Donald Trump volvió a ser presidente de USA, nos tiene «aturullados» con sus decretazos, en plan Cesar romano psicópata, y ha vomitado toda su violencia y complejos sobre las sociedades del mundo, a golpe de firmas que ocupan medio folio. Una muestra más de sus delirios.
De las cosas que vi y que más me impresionaron, porque sucedió casi inmediatamente después de firmar sus órdenes xenófobas y racistas, fue un post de «Contranarrativas» en el que explicaban a la gente migrante que habita la geografía de USA, cómo protegerse, qué hacer y a quién acudir en caso de ser víctimas de las redadas neofascistas del gobierno de Trump. Leerlo en toda su crudeza y realidad me dejó muy mal el cuerpo.
Y aunque ahora todo eso me queda muy lejos, recuerdo perfectamente cuando era niño y adolescente, a toda la gente que conocí, que se fue a USA a buscar trabajo, a reagruparse con su familia, o que huían de las situaciones violentas y narcotráfico que había en el barrio donde vivía.
Lo que hace Trump es un proyecto de demolición y aniquilamiento de todo aquello que su fragilidad blanca y masculina repudia, la misma estrategia que hizo el nazi de Benjamín Netanyahu en Gaza, destruirlo todo lo más rápido posible, para que no haya posibilidad de reacción, de defensa, de enmienda o de enjuiciamiento.
Trump es una bomba, un arma de destrucción masiva.
Augusto Metztli.
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