La Comisión Europea propone que almacenemos suministros esenciales para al menos 72 horas ante una posible crisis -desastres naturales, pandemias, ciberataques o guerra-. No es necesario inocular el miedo, pues nuestras sociedades ya están habitadas por paranoicos -todos los somos un poco-, teóricos de la conspiración y sus adeptos, trompetistas del apocalipsis, preparacionistas y flipados que afilan cada día sus cuchillos para cercenar la cabeza de los zombies de un solo corte. 

La propuesta nos puede parecer inapropiada o exagerada, incluso de dudosa intención justo ahora que se está apostando por el aumento del gasto militar. Cualquiera sabe que las latas de conservas que tengamos almacenadas en la despensa no nos salvarán en caso de que a los superhéroes y supervillanos se les ocurra pulsar el botón nuclear. Pero vamos tarde, como siempre. Seguimos dándole la espalda a las innumerables evidencias científicas que desde hace décadas nos vienen alertando de los cambios que estamos causando en el planeta, en los ecosistemas, en el clima. La pregunta que debemos hacernos es si estamos preparados -nosotros, nuestras instituciones y nuestros políticos- para más y más trágicos desastres naturales, para otra pandemia y para la infinidad de situaciones adversas y desconocidas a las que deberemos hacer frente en un futuro incierto y nada alentador. 

Esto ya no va solo de exigir responsabilidades políticas después de una catástrofe, de indignarnos por las muertes que se pudieron haber evitado, sino también de asumir que la vida que conocemos puede cambiar radicalmente de un momento a otro. Tal vez lo único que nos ayude es organizarnos como sociedad, hacer barrio, tejer redes comunales. Hagámoslo antes de que abrir el paraguas se convierta en un gesto inútil.

Fernando Prado.

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