
Era obvio que el Madleen sería asaltado. El barco, que transportaba ayuda humanitaria a Gaza y a bordo del cual iban 12 activistas, fue interceptado en aguas internacionales por las fuerzas israelíes, sus ocupantes secuestrados y posteriormente expulsados. Es importante volver a dotar a las palabras de su verdadero significado y pronunciarlas con toda la fuerza y contundencia necesarias. Palabras, no palabrerío.
Nada nos sorprende ya del Estado genocida de Israel. Nada. El problema -el nuestro, claro- es la connivencia, la asunción del sagrado derecho de un pueblo a defenderse, aunque para ello ignore por completo las leyes y convenios internacionales y entierre definitivamente, y ante la mirada miope del resto del mundo, los derechos humanos más básicos, tergiverse los hechos a su conveniencia y continúe asesinando impunemente y a diario, a decenas o centenares de personas inocentes.
Es un delirio que parece no tener fin. Y es insoportable. Deberíamos obligarnos -tal vez así se nos revolvería un poco el estómago- a ver las imágenes de los cuerpos reventados, de las personas bombardeadas mientras se hacinan durante el caótico reparto de alimentos, deberíamos escuchar las voces que piden ayuda bajo los escombros, los llantos de las madres recogiendo los trozos de sus hijos. No es sano, desde luego que no. Pero tampoco lo es mirar a otra parte como si nada ocurriera y permanecer a salvo dentro de la concha que nos permite tener una vida privilegiada. Es un error pensar que no va con nosotros, que la tragedia no nos alcanzará, porque somos corresponsables de todas y cada una de las muertes -¿cuántas van?-. Nuestra indiferencia es brutal.
Tengo la impresión de que estamos queriendo construir algo leyendo mal las instrucciones.
Fernando Prado.
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