Bestias

Perros. Animales nobles, fieles, más o menos inteligentes según la raza. No deja de sorprenderme la gran cantidad de personas que tienen un perro como mascota; es un miembro más de la familia, dicen, y no lo dudo -aprovecho la ocasión para pediros que, por favor, recojáis la mierda de vuestros chuchos-. El vínculo que se crea entre mamíferos, aún siendo de especies diferentes, puede ser tremendamente fuerte. Algunos me matarán, pero ahora que es tendencia humanizar a los animales, en especial a los domésticos -perros, gatos, hámsteres, canarios, tortugas, boas, iguanas, peces-, no puedo dejar de cuestionarme si no se nos está yendo un poco de madre, si no sería necesario tomar cierta distancia en aras de recuperar un poco de cordura. Tal vez eso sea pedir demasiado. Cordura, ya me diréis. Pero sí un poco de objetividad. Porque cuando me encuentro en el periódico la noticia de que Europa ha estado enviando perros a Israel para ser utilizados como armas contra los civiles palestinos, y que a dichos animales se les entrena para atacar seres humanos, clavar sus mandíbulas en piernas y glúteos de niños, desgarrar cuerpos con una brutalidad propia de la naturaleza más salvaje, no puedo pensar en otra cosa que preguntaros a vosotros, animalistas de bichos bonitos, dónde cojones os metéis, qué pensáis, cómo se os queda el cuerpo si os imagináis que la sangre que es expulsada a borbotones, oscura, caliente y espesa, es la vuestra, que los trozos de carne que hay en el suelo, sobre el polvo de hormigón y ladrillo, son de vuestros hijos. Disparadme coño, hacedlo ya, joder, porque esto es insoportable. Entiendo que es verano, que hay que ir a la playa y ponerse como una gamba de Palamós, y llenar los chiringuitos, y comerse un arroz con los pies enterrados en la arena tibia, y respirar, y celebrar que no nos mató un virus -no de esta vez y pese al esfuerzo de los antivacunas-, y amar, y follar, y hacer lo que sea con tal de mitigar la ansiedad que provoca la finitud del cuerpo, y me parece bien, debemos hacerlo, desde luego. ¡Hay que vivir!. Pero es que yo ya no puedo más. No puedo seguir fingiendo que no me afecta, que nuestra indiferencia me causa náuseas. No sé en qué momento hemos perdido la capacidad de empatizar entre seres humanos -¿alguna vez la tuvimos?-, no consigo entender cómo es posible que valoremos más unas vidas que otras -porque nos son más afines según el origen, el color de la piel, el credo o la cercanía geográfica-. ¿Es que no vamos a hacer nada? ¿Nunca?

Las verdaderas bestias comen en vajillas de porcelana exclusiva y utilizan cubiertos de plata. Y todos nosotros somos cómplices de sus atrocidades.

Fernando Prado.

*¿Te gustó el artículo y la ilustración? ¿Nos apoyas con 2$, 5$ ó 10$ al mes en patreon? o también puedes hacerlo en Ko-fi a partir de 3€. Llevamos más de once años ilustrando la actualidad. GRACIAS

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.