Marcha

La muerte de Charlie Kirk ha causado un revuelo descomunal. Es el típico caso que se convierte desde el primer segundo en una historia mediática, en una tragedia de la que todo el mundo habla, en todas partes, a todas horas. Se está vinculando a Tyler Robinson, sospechoso del asesinato de Kirk -homófobo, xenófobo, machista, negacionista, ultra religioso, antiaborto, tránsfobo-, con la izquierda radical -es decir, más o menos con cualquiera que no sea afín al Partido Republicano y al ideario MAGA- debido a los mensajes dejados en los cartuchos -memes, frases y emojis propios de videojuegos-. De lo que no cabe duda es de que este suceso elevará aún más la polarización en un país en el que el ambiente empieza a ser irrespirable.

Unos días después, en Chicago, un agente del ICE -el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas- disparó a Silverio Villegas, de nacionalidad mexicana, tras resistirse a ser arrestado durante un control de tráfico. Por lo visto, el presunto inmigrante ilegal embistió su coche contra el equipo de arresto golpeando a un agente y arrastrándolo mientras huía. Silverio, a quién sólo recordarán su familia y allegados, acabó muriendo en el hospital.

Ambas muertes -abismalmente diferentes entre sí- son de alguna manera consecuencia del desastroso momento político estadounidense, víctimas de una época en la que el discurso reaccionario se ha despojado definitivamente de cualquier atisbo -si es que alguna vez lo ha tenido- de moderación y responsabilidad.

Mientras tanto, En España, el Congreso ha tumbado la aprobación del proyecto para reducir la jornada laboral a 37,5 horas semanales con el voto en contra de PP, Vox y Junts -la otra ultra derecha catalana, un partido instalado en una especie de nacionalismo mágico cuyo líder mesiánico es un héroe sin capa que regresará del exilio para gloria de todos los catalanes-. Una vez más, se anteponen los intereses partidistas -traducidos en una oposición furibunda e irracional contra el Gobierno de coalición- a los de los ciudadanos -también de los catalanes, Míriam-.

Marchan las derechas -aparentemente desligadas entre sí, pero al fin y al cabo globales- juntas. Tienen Feijóo, Abascal o Nogueras más cosas en común con Trump, Orbán o Bukele de las que se atreven a aceptar. Y nos arrastrarán -ya lo están haciendo- a un mundo cada vez más peligroso, menos democrático y con menos derechos.

Fernando Prado.

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