
En esta época de la hipervelocidad en la que el movimiento es sinónimo de avance, de crecimiento, no está permitido detenerse. Es necesario trabajar más horas, estar conectado en todo momento y disponible las 24 horas de un día que nunca es suficiente porque “no me da la vida”, te repites con un hilo de voz que puede sonar a queja -aunque no siempre lo es-; hay que hacer más, rendir más, producir más y eso es lo que haces sin cuestionarte para qué o para quién, simplemente porque a cambio del esfuerzo descomunal recibes un salario, dinero digital que se escapa como el agua entre los dedos. Ruedas cuesta abajo adquiriendo cada vez más velocidad y por momentos te crees eso de que el viento que agita tus cabellos es un indicativo de que gozas de libertad, y cierras los ojos y respiras un aire que huele como a bosque primigenio, fragancia reproducida y convertida en aceites esenciales que quemas con la intención de relajarte porque serás libres, sí, pero estás cansado, estresado y consumes benzodiazepinas y ansiolíticos para aguantar el ritmo, dormir unas horas y no reventar. No puedes parar, si paras es como si estuvieras muerto y enseguida te señalan, te excluyen y te acusan de ser un parásito. Sigue, sigue, mejor un poco más rápido para que mantengas la inercia y no pierdas el equilibrio. No pienses, no hay tiempo; reprímete, anúlate. Avanza.
Fernando Prado.
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