Otredad

Cuesta mucho mirarnos a los ojos, situarnos delante del espejo y escrutarnos, valorar el avance de los cambios que nuestro cuerpo va sufriendo -sufriendo, sí, porque el efecto que produce el tiempo en la materia es una agresión- y asimilarlos, recorrer la decadente geografía corporal deteniéndonos en cada arruga no registrada, en cada nueva peca, pellizcarnos y comprobar que el tono muscular sigue siendo aparentemente el mismo de ayer, observar la evolución caprichosa de las ojeras en función de la calidad del sueño de la noche anterior, tomarnos el pulso y hacer el cálculo para saber si está dentro de los parámetros de la normalidad, observar cómo las canas van colonizando el territorio de la barba exigua.

Y cuesta mucho más mirar a los ojos ajenos, reconocerse -y encontrarse- en esa otredad que también ocupa un espacio y que camina arrastrando un áurea de angustias similares, en mayor o menor medida, a las tuyas. Morimos buscándonos, necesitando una comprensión, un consuelo, una tibieza y una paz que nunca son suficientes, anhelando una compañía que nos ayude -que nos calme- a transitar hacia la nada.

Fernando Prado.

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