
Algunos recordarán el despacho del agente Mulder atiborrado de papeles y cosas, los libros colocados de cualquier manera en una penosa librería arrinconada en una esquina. Lo más destacado de aquel decorado era sin duda el póster con la imagen de un ovni flotando en el cielo por encima de unos árboles y en el que se leía “I WANT TO BELIEVE”.
En estos días hemos visto a Rubén Gisbert hundirse en el barro antes de una conexión en directo para la televisión. Lo hacía en uno de los lugares afectados por las inundaciones provocadas por la DANA del 29 de octubre. Posteriormente, Iker Jiménez -una copia un poco burda y mal hecha de Mulder- publicó un vídeo en el que explicaba lo afectadísimo que estaba por el comportamiento inapropiado del reportero -eso sí, nos recuerda en varias ocasiones el número de camiones y la cantidad de dinero que ha conseguido en ayudas-.
Yo nunca fui fan del tipo, pero reconozco que molaba más cuando se dedicaba exclusivamente a informar sobre apariciones, psicofonías, fenómenos paranormales y contactos alienígenas; al menos te echabas unas risas. Su programa -que se emite en prime time y que tiene una cuota de audiencia nada desdeñable- es un altavoz para la desinformación y los bulos. Utilizar tragedias humanas para aumentar audiencias y seguidores en las redes sociales, atenta contra toda ética profesional -ética que, por cierto, dice preservar-. Fabricar y difundir bulos en momentos tan dramáticos es absolutamente despreciable.
Fernando Prado.
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