
En el aula que se usaba como laboratorio de química, física y biología había varias cajas de madera cubiertas por un delgado vidrio que contenían insectos disecados. Estaban clasificados por familias -en esta los dípteros, en esta otra los coleópteros, en aquella más colorida los lepidópteros- y dispuestos según su tamaño. Me producía una mezcla de horror y fascinación ver esos organismos incomprensibles atravesados por un alfiler y leer sus nombres científicos mecanografiados en latín. Había otro elemento en el aula que me resultaba tremendamente similar a las cajas de insectos: una lámina atrapada en un marco con florituras doradas en la que se veía a Simón Bolívar, héroe por antonomasia de media América del Sur, con el impecable y colorido uniforme militar, las patillas de prócer, la frente arrugada y altiva, y una expresión magnánima y a la vez severa.
Cuando pienso en los venezolanos, pienso en esos insectos muertos exhibidos a las miradas curiosas y a la incomprensión, y en el mito del Libertador inoculado generación tras generación, un mito moldeado una y otra vez por la época y según los intereses de las élites gobernantes. Conocimientos inútiles para millones de personas atrapadas en una caja de madera.
Fernando Prado.
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