A Rosalía de Castro (Santiago de Compostela, 24 de febrero de 1837 – Padrón, 15 de julio de 1885) la he descubierto poco a poco, a cuentagotas y de mano de lo cotidiano. Como cuando hace años, en el cine de la universidad en Guadalajara en México, vi la película “Mar adentro” y me conmovió tanto aquella canción de “Negra sombra” cantada por Luz Casal. Viviendo aquí, encontré un disco de Carlos Nuñez, lo compré porque me apetecía conocer música galega, y cuando lo puse, sonó aquella misma canción, y ahí en los créditos decía “Rosalía de Castro”. No hace mucho, durante meses, Marthazul y yo íbamos varias veces por semana a Santiago de Compostela, para pintar murales en el área de pediatría del CHUS. Si vas en el tren regional desde Vilagarcía, seguro que pasas o incluso te detienes en la estación de Padrón, y en frente puedes ver la bellísima casa donde vivió Rosalía, yo fantaseaba al ver algunos árboles centenarios de su jardín, pensando en que ella leía bajo su sombra. Pero lo más significativo lo viví hace poco, el mar Atlántico, es la matria de los y las galegas. Manolo, mi suegro, al que apreciaba mucho, poco antes de morir quiso ir a despedirse del mar, ya era muy tarde, sus huesos adoloridos no aguantaban subirlo al coche, no pudimos, pasamos la tarde en el patio al sol, pensando en el mar. Murió a la semana. Rosalía de Castro, poco antes de morir, quiso despedirse de ese mar plateado o a veces plomizo, pudo ir en tren y después en barca a Carril, a la playa que llaman la Covacha. Ahí fue su despedida.
Los árboles son imprescindibles para el ecosistema inmediato y global: para purificar el aire, regular la temperatura ambiental, transformar y almacenar los gases tóxicos de los humanos en materia, por su capacidad para gestionar el agua y su implicación en su ciclo de distribución, para dar cobijo y comida a otros seres vivos, velar por los nutrientes de la tierra, prevenir plagas y muchas cosas más. Por eso estoy convencido de que la política municipal debería tener como misión y máxima prioridad, conservar el medio ambiente y el patrimonio natural del espacio que ocupa. El origen zoonótico del Covid es una prueba más, de que nuestro maltrato cotidiano a la naturaleza es la responsable de nuestras tragedias como civilización.
Alejandra Fierro Eleta, melómana apasionada y confesa, es la responsable de que exista Radio Gladys Palmera, que para quien no la conozca, es una emisora de radio con un acervo impresionante de música, principalmente afro-latinoamericana y tropical. Puedes disfrutar de ella por varios caminos: escuchando su emisión continua, o la reproducción de su colección, o por medio de sus podcast de los diversos programas y sesiones que tiene, y por sus sesiones acústicas con músicxs actuales en vídeo y que puedes ver en su canal de youtube. En fin, hay material para perderte días y días.
Cuando los negros eran tratados como mierda en EEUU 2 velocistas americanos levantaron el puño en el podio de los Juegos Olimpicos de Mexico 1968 reivindicando los derechos humanos de los negros en su país.
Fueron expulsados inmediatamente, su carrera deportiva terminó, recibieron amenazas de muerte y terminaron uno de lavacoches en Texas y el otro de estibador en el puerto de Nueva York. Fue gracias a gente valiente como ellos que la segregación racial en EEUU retrocedió un poco.
Pero la historia del blanco de la foto es menos conocida y es digna de una película. Es australiano, se llamaba Peter Norman y fue medalla de plata en esa carrera. Yo pensaba que estaba ajeno a la movida que se montó detrás de él pero no es asi.
Los 2 americanos le explicaron lo que iban a hacer y que le parecía. Norman contestó: “Creo que todo hombre tiene derecho a beber la misma agua. Creo en lo que creen ustedes”. Y a continuación señaló el distintivo de la lucha de los negros (la pegatina redonda blanca que se ve en la foto) y preguntó si tenían uno para él. De esa forma mostró su solidaridad con la lucha de los negros.
Las consecuencias para el australiano fueron terribles.
Fue condenado al ostracismo. No sólo se le hizo difícil seguir corriendo; tampoco conseguía quién le diera trabajo. Repetidas veces lo invitaron a pedir perdón por el episodio de México, pero él se negó, y siguió entrenando por las suyas y logrando tiempos superiores a sus rivales. En los cuatro años siguientes batió trece veces la marca de calificación en los 200 metros para ir a las Olimpíadas de Munich en 1972, pero no lo convocaron al equipo nacional y, por primera vez en la historia de los Juegos, Australia no tuvo sprinter en las finales de 100 y 200 metros. Norman intentó dedicarse al fútbol australiano profesional pero una lesión en el tendón de Aquiles lo puso al borde de perder la pierna por gangrena. Se hizo adicto a los calmantes que le recetaban, luego alcohólico, luego se recuperó y empezó a militar en el sindicalismo y trabajar en una carnicería. Usaba su medalla olímpica para trabar la puerta de su departamento.
Cuando se anunció que Australia organizaría los Juegos en el 2000, se ilusionó con que lo incluyeran en los festejos. Los organizadores de Sydney invitaron a todos los medallistas olímpicos australianos a desfilar el día de la inauguración, pero a Norman no sólo lo excluyeron del desfile: ni siquiera le mandaron entradas para ir al estadio. Era el mejor velocista de la historia australiana pero no existía. Incluso en la estatua que se había erigido en el campus de San José, California, conmemorando aquel podio de México 68, el segundo lugar estaba vacío.
Cuando murió en el 2006, los 2 ex velocistas americanos viajaron hasta Melbourne y llevaron su feretro. La banda que acompañaba el cortejo tocaba “Carros de fuego”.
D. Cabezas. (visto en su muro de facebook)
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