En poco menos de un mes, los españoles tendrán que acudir de nuevo a las urnas para votar en unas elecciones, tal vez innecesarias, de las que saldrá -esperemos- el próximo gobierno del país. Han sido meses de supuestos diálogos y conversaciones para llegar a pactos absurdos -e infructuosos-, pero sobre todo, hemos tenido que presenciar, atónitos, una lucha de egos, de machos alfa, un griterío esperpéntico más propio de otras épocas y no de una clase política que presume de ser moderna y de estar a la altura de los tiempos. Niñatos.
Venezuela es un país conocido por tener las mayores reservas de petróleo del planeta y por haber tenido una sucesesión de gobernantes ineptos y corruptos. Nicolás Maduro ha sido, sin ninguna duda, el peor de todos. El país afronta una crisis sin precedentes, está arruinado. Hace tiempo que Venezuela ha entrado en la campaña política de varios partidos españoles, especialmente desde la irrupción de Podemos; han utilizado al país latinoamericano para decir a los españoles qué opciones políticas no deben votar si no quieren que España se convierta en un “régimen” como el venezolano.
Albert Rivera, líder de Ciudadanos, ha visitado recientemente Venezuela y se ha reunido con la oposición. Incluso ha tenido la oportunidad de dar un discurso en la Asamblea venezolana. Albert se ha convertido en el nuevo defensor de la democracia, de los derechos humanos y de los intereses que las empresas y bancos españoles tienen en Venezuela.
Pasadas las elecciones poco importará el calvario diario que viven los venezolanos, el desabastecimiento, la inflación, la violencia, el secuestro de la democracia, los llamados presos políticos, el drama de un país al borde del colapso.
Fernando Prado.
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