Un día cualquiera abres los ojos. Los abres de verdad, de par en par, como queriendo absorber el mundo entero a través de ellos. Respiras profundamente, intentando percibir todos los olores. Caminas sintiendo el suelo bajo tus pies y todas sus irregularidades. Incluso, de vez en cuando, tocas la corteza de un árbol desconocido y escuchas el canto inaudito de un pájaro escondido en algún lugar del bosque.
Por alguna extraña razón, quieres quedarte en ese lugar. Es aquí, te repites constantemente como si se tratara de un mantra. Son sensaciones que se manifiestan de inmediato; la asimilación de los estímulos recibidos por los sentidos lleva algo más de tiempo, pero el tiempo, lo sabes, no abunda, es finito. Entonces ¿por qué perderlo? O mejor dicho ¿por qué no aprovecharlo?
Qué inútil es el miedo cuando no es primitivo; es decir, el miedo es inútil salvo cuando nace de la angustia por un daño a nuestra integridad física, a nuestra salud, a nuestra propia vida. Así que debería ser fácil recoger todos los retales que conforman nuestra vida y guardárnoslos dentro como quien hace una maleta y simplemente irnos con la música a otra parte.
No existe el lugar perfecto. Las estaciones están dentro de nosotros, al igual que las nubes, los árboles, las montañas, el día y la noche, el cielo y la tierra, el verano y el invierno.
Fernando Prado.
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