
Era niño y estaba de vacaciones en Puerto Vallarta cuando en la radio se escuchaba «Pisando fuerte» de Alejandro Sanz. Me hacía gracia esa canción en ese momento.
En general, Alejandro Sanz, su música y todo lo que hace, me da mucha pereza. Pero como parece que en general al artisteo mainstream cada vez se le toleran menos sus ínfulas divinas, de alguna manera ya no es tan fácil que vayan por la vida atropellando todo lo que les da la gana, y eso me gusta, es justicia poética. Leí en el País un artículo de Erika Rosete muy bien resuelto, donde compara lo que pasó entre Luis de Llano y Sasha Sökol, con Alejandro Sanz e Ivet Playà.
Explica que básicamente, la diferencia de edad entre uno y la otra, con la experiencia de vida que dan los años, los privilegios, influencia y poder de todo tipo, modelan las relaciones, las invaden, las vician de inicio. En un caso la justicia mexicana habló con contundencia y le dio algo de paz a Sasha Sokol. En lo expuesto por Ivet Playà, solo quedará en un grito y llamada de atención social a quien la quiera escuchar. Porque Sanz es divinizado y defendido ciegamente por mucha gente, basta con ver la patética defensa que hicieron de él, en el programa De Viernes.
Por su parte Alejandro Sanz hizo un comunicado miserable y machista en formato historia de instagram, que como le pidió dinero para un negocio y él dijo que no… se puede leer entre líneas. Y fin.
El debate son los 31 años de diferencia y la desigualdad de prácticamente todo entre una y otro. Todo lo que le critican a ella es irrelevante. Somos sociedades hipócritas que toleramos «tantito» la violencia hacia las infancias y todo esto es un ejemplo de ello.
Como decían en los juegos de cuando niño y te salvabas, un dos tres por mí, es lo que hizo Alejandro Sanz y a otra cosa.
Augusto Metztli.
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