A Frida* le dolieron los huesos y el corazón. Ese mismo dolor que le dio alas para vivir, y pintar hasta que los colores se agotaron.
En mis años de universitaria un entendido me dijo que Frida y Diego eran una telenovela… y desde entonces estoy más firme en la idea de que no se puede separar la vida artística de la personal, porque para ella, para mí, y para los artistas de verdad, esas vidas van juntas.
Frida no hubiera pintado todo lo que pintó, si no hubiera vivido lo que el destino le tenía preparado. Esa vida en la que un accidente la cubrió de sangre y oro; esa vida en la que se casó con un pintor mexicano amante tanto de aztecas como de gringas; esa vida en la que se vistió de tehuana con flores de su jardín tan azul; esa vida en la que su columna se volvía a quebrar con la deslealtad; esa vida en las que sus cejas se convirtieron en alas pa’volar; esa vida en la que pintaba frutas vivas para intentar compensar los hijos que no había podido parir (como diría una canción de Lena Burke).
Años después, alguien me dijo que el día de mi boda parecía una Frida contemporánea y azul. Ese color, y todos los demás, los corsés gastados, las columnas torcidas, los corazones bravos, las flores frescas, las frutas vivas, el sabor a México, los animales pequeños, los bordados tehuanos, y mucho más, nos unen a todos los que apreciamos la obra de Frida Kahlo.
Gracias Frida.
*Conmemoración del 107 113 aniversario
Marthazul.
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