Hace no mas de semana y media, una chica llegó a la oficina para ofrecerme pulseras, le dije que no tenía dinero, y ella por su parte dijo que no había vendido nada y necesitaba comer. Me dejé llevar por mi buena voluntad y le dí los únicos veinte pesos que tenía, a cambio de una pulsera muy bonita. Fue extraño, porque luego ella se quedó y conversamos poco más de media hora.
Me dijo que trabajaba mucho, que hacía pulseras para vivir y que iba a los bares en espera de poder venderlas, me dijo también que yo era una mujer muy bonita, que mi cara le resultaba linda y que me cuidara de maquillajes y esas cosas, que no me echara a perder el rostro, me dio consejos. Fue agradable, digo, su comportamiento era extraño, bastante calmado y lisonjero -creo yo- pero supuse que quería vender, le encargué otra pulsera del mismo tejido pero con los colores azul y verde, quedó de llevarla a la oficina el Lunes y no volvió.
Ayer me enteré que mataron a una chica transexual, que apareció en el río y que tenía señales de asfixia. Hoy en un portal de noticias leí que era ella, que no volvió para entregarme la pulsera, y un nudo me llenó el hueco del estómago, y subió por mi garganta, y espera salir en un grito, pero no puede, está atrapado.
Repudio estos actos en contra de las personas, sin distinguir géneros o clase. No espero que el gobierno haga algo, y seguramente el crimen va a quedar archivado, como las pulseras, como su cabello rubio, como sus ganas de salir adelante.
Pinche madre.
Artículo: Frydha Victoria.
Ilustración: Augusto Metztli.
¡Tanta crueldad! Si al menos tuviésemos unos instantes para conversar con las personas, tendríamos la oportunidad de ver más allá de la apariencia, de la intolerancia y el miedo, notaríamos las pulseras que nos muestran desde adentro.
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Hoy, a miles de kilometros de distancia, tu historia me ha puesto los pelos de punta…
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