La figura del líder político todopoderoso sigue estando vigente en este país. En Galicia, por ejemplo, existe una cultura caciquil desde tiempos inmemoriales. Es bastante común acudir a un empresario o político local para que interceda por fulano o mengano y le consiga al fin un puesto de trabajo. Se ha llegado a tal punto que a mucha gente le resulta imposible trabajar si un buen hombre no le ayuda.

El caciquismo es una práctica que se heredó del franquismo -ese régimen que llenó de cadáveres los campos de España; cadáveres que, por cierto, ahí continúan, en alguna parte, sin que nuestros políticos se interesen en devolvérselos a sus familiares- y es uno de esos vicios difíciles de erradicar. “No cortes la mano que te da de comer”, te dicen, y se quedan tan anchos; parecen no ser conscientes de que los caciques -esos carcas que llegan al poder gracias a nuestros votos- a menudo utilizan su influencia para lucrarse, prevaricar y cometer otro tipo de delitos. Comportamientos que no deberían ser tolerados en una sociedad democrática.

El pasado mes de octubre una mujer denunció a José Manuel Baltar -hijo de José Luis Baltar, quien estuvo al frente de la Diputación de Ourense durante más de veinte años y protagonista del caso Baltar– por ofrecerle trabajo a cambio de sexo. Llegados a este punto, creo que no hace falta decir nada más sobre el actual presidente de la Diputación salvo lo que es obvio: que es un machista, un manipulador, un delincuente, un impresentable. ¿Queremos seguir teniendo representantes políticos como este? A este misógino lo llaman el “heredero del cacique bueno”. A veces -y no pocas- este tipo de comportamientos se miran en Galicia a través del prisma de la doble moral, es decir, por un lado se reconoce que el poderoso actuó mal pero no se le condena porque al mismo tiempo aparece como excusa lo mucho que ha ayudado a esta u otra familia.

Debemos ser tajantes y contundentes y decir NO a los abusos de poder.

Fernando Prado.

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