Arnold Schönberg, padre del dodecafonismo y de la revolución de la música del siglo XX, influyó de manera definitiva en compositores como Alban Berg, Anton von Webern o el mismo Igor Stravinsky. Se emancipó de la rigidez de la música tonal y creó un sistema en el que se da el mismo valor a las doce notas de la escala cromática. Una de sus obras más ambiciosas -no pocas veces polémicas- fue Moisés y Aaron, que se estrena el próximo día 24 de mayo en Teatro Real bajo la dirección de Romeo Castellucci.
Easy Rider es el nombre del toro de 1500 kilos que aparece en escena y que Castellucci utiliza para representar a dios en la ópera. La polémica es inevitable, sin duda. ¿Es necesario utilizar animales con fines artísticos? ¿Dónde está el límite de la transgresión? ¿El fin justifica los medios?
Personalmente, pienso que subir un bóvido a las tablas no debería hacerse bajo ningún pretexto. Tampoco debería seguir permitiéndose el uso de animales en circos y cualquier tipo de espectáculos, incluso creo que lo más decente sería cerrar todos los zoológicos y acabar de una vez con el comercio animal. ¿Radical? Tal vez.
En pleno siglo XXI la tauromaquia es aún considerada un arte. Seguimos meando fuera de perol.
La sociedad avanza a grandes pasos en determinadas cuestiones. Sin embargo, creo que no tenemos futuro como especie si no empezamos a respetar a todos los seres que conviven con nosotros en este planeta al que deberíamos entender como un enorme organismo vivo en el que habitamos.
Una cosa más. Aprovecho para reivindicar a Arnold Schönberg como uno de los compositores más importantes de la historia de la música.
Fernando Prado.