Estaba yo sentado en la arena una calurosa tarde de finales de agosto. Acababa de salir del agua cuando una familia llegó cargada con el kit completo para pasar una tarde en la playa. Era la familia perfecta: abuela, madre, padre e hijos -niña y niño-. Dejaron las bolsas sobre la arena y comenzaron a instalarse: colocaron la sombrilla asegurándose de que no saldría volando, estiraron las toallas, se aplicaron protector solar y los niños salieron corriendo al agua.
A mi lado había una pareja de chicas tumbadas que de vez en cuando no dudaban en demostrarse ese amor mutuo, maravilloso y sin complejos, de quienes se aceptan como son y no temen mostrarse al mundo abiertamente. Las chicas se abrazaron y besaron mientras la madre, con un gesto de pudor y vergüenza miró a su alrededor antes de quitarse el vestido y quedarse con las tetas al aire. Al verlas, la madre exclamó un ¡ay, por favor!. A continuación se giró, dándole la espalda a las chicas. Supongo que la madre pensó que sus hijos no deberían ver un espectáculo tan inmoral como aquel que protagonizaban dos personas enamoradas y del mismo sexo, que era una falta de respeto, que si querían besuquearse no deberían hacerlo en público, que por qué una familia tenía que presenciar esas cosas en una playa y en horario infantil. La madre indignada se sentó sobre la toalla; las chicas siguieron a lo suyo. Cinco segundos después me levanté, recogí mis cosas y me fui.
Hande Kader tenía 22 años cuando fue secuestrada, metida en un coche, violada y mutilada. La policía turca halló su cuerpo mutilado y calcinado en un barrio de Estambul, estaba tan deteriorado que sólo pudieron identificarla por sus prótesis. Hande era transexual y ejercía la prostitución, dos detalles que deberían ser irrelevantes. Era, sobre todo, un icono LGTBI turco, una activista que luchaba por la igualdad.
¿Qué tienen que ver la familia de la playa, la pareja de chicas y Hande Kader? Mucho. España se convirtió hace unos años en un país de referencia al legalizar los matrimonios del mismo sexo. Sin embargo, una parte de la sociedad española sigue siendo intolerante y condenando la homosexualidad o la transexualidad. El gesto de esa madre en una playa del litoral catalán se repite por todas partes y dice mucho al respecto. No nos gustan los maricones, ni las bolleras, ni nada que se salga de lo que se supone que es normal en una sociedad patriarcal, machista y de moral católica como la española. Las peras son peras y las manzanas son manzanas, como decía Ana Botella.
Muchos pensarán que el asesinato de Hande Kader ocurrió en Turquía -país que tiene la tasa más elevada de asesinatos transexuales de Europa, según un informe de Transgender Europe (TGEU)-, que la sociedad española es muy diferente a la turca -eso aquí no pasaría-, que ellos son musulmanes y, por ende, radicales y sospechosos habituales -téngase en cuenta el lío que hay en Francia por el uso del burkini, pero ese es otro tema que merece ser tratado en otro momento-.
La foto de Hande Kader que encabeza la noticia de su muerte debería ser suficiente para remover nuestras conciencias. En ella vemos a una persona desesperada, incomprendida, maltratada, estigmatizada, rechazada y víctima de una sociedad intolerante, opresora y extremadamente machista. Te invito a que contemples su foto durante cinco minutos e intentes meterte en su piel y en la de todas las personas LGTB del planeta.
Ni una muerte más.
Fernando Prado.
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