Una tarde visité un acuario porque pensé que me permitiría conocer especies que no podría ver de ninguna otra manera. Debo confesar que la experiencia fue, además de breve, decepcionante. Después de un recorrido bastante penoso en el que se es testigo de cómo viven los pulpos, los peces payaso o las gambas en pequeñas peceras, llegué al tanque de los tiburones, las rayas y los peces luna. Cruzar el túnel que va de un lado al otro sin detenerse es imposible. Contemplar un escualo de 5 metros mientras parece flotar plácidamente contrasta con la eterna imagen que tenemos de la criatura voraz y primitiva que tanto nos aterra; la visión parece ejercer una especie de magia que nos paraliza y que al mismo tiempo nos hace sentir incómodos. Es como si desde nuestra ventana estuviéramos viendo al vecino de enfrente mientras se pasea en bata por el comedor.
El tanque de los tiburones de cualquier acuario se parece mucho al escenario político español. Los depredadores nadan en círculos mostrando sus hileras de dientes interminables con una sonrisa intimidatoria junto a las fantasmagóricas rayas de apariencia vampírica.
Nosotros estamos al otro lado del cristal, impasibles, mientras aquellos a los que votamos nos devoran sin más.
Mariano Rajoy, volverá a gobernar.
Fernando Prado.
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