No te das cuenta de la cantidad de ropa que llevas encima hasta que llegas a casa con la humedad anidando en las entrañas y ves en la ducha caliente la única posibilidad de continuar manteniendo la cordura. Comienzas a quitarte la ropa, desprendiéndote de capas sucesivas hasta quedarte en pelotas y, de repente, te sientes indefenso delante del espejo que te devuelve la imagen de una persona cansada, encogida y en tensión. Te metes en la ducha bajo el agua caliente y tu cuerpo enseguida empieza a relajarse, a recuperar la postura natural, a desentumecerse.

No sé qué puede haber de obsceno, irrespetuoso e inmoral en que una mujer tome el sol con las tetas al aire. Lo que pasó en aquella playa de Buenos Aires es lamentable. ¿Realmente hacía falta llamar a la policía porque había tres mujeres tendidas en la arena de una playa pública tomando el sol con el pecho al descubierto? Estas mujeres no ofendían a nadie, al contrario, reivindicaban la necesidad ancestral de sentirnos libres en nuestros propios cuerpos, como nos sentíamos antes de que los moralistas nos inocularan el pecado y la vergüenza.

La historia de estas tres mujeres que finalmente fueron expulsadas de aquella playa nos habla de patriarcado, de machismo, de opresión y de moral católica; pero también de libertad, de aceptación y reconciliación con nuestros cuerpos.

Necesitamos desvestirnos y desprendernos de la ridícula moral que nos esclaviza. Dejar la piel enganchada al árbol, como la cigarra. Crecer y liberarnos.

Fernando Prado.

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