Ella recorre los pasillos rodeada de adolescentes en plena efervescencia hormonal. Sale del instituto, cruza la calle por el paso de cebra y se dirige a la parada del bus; una vez allí, espera a que llegue el vehículo que la llevará de regreso a casa.
Es alta, piel terracota. De expresión silente, su rostro parece haber sido cincelado por mil deidades. Siempre lleva un abrigo oscuro, quizás demasiado serio para su edad. Mirada perdida. Hay más estudiantes en la parada. No habla con nadie; nadie le habla.
No está sola, pero es como si no existiera. Mira hacia el suelo buscando un punto en el vacío donde pueda encontrarse a salvo.
Está ausente.
Fernando Prado.
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