En México, desde muy pequeño conozco el concepto de «quedar bien», todo funciona en base a eso, «quedar bien» con el político o la política de turno, quedar bien con el o la adinerada, «quedar bien» con el patrón o patrona, «quedar bien» con quién lleva el tema de contrataciones, «quedar bien» con el o la funcionaria de quién depende tal o cuál trámite, pasar por debajo de la mesa los 100 pesitos que agilizan el trámite, saludar al de tránsito como si lo conocieras de toda la vida para que no te multe. Sonreír, adular y quedar bien con aquella persona de la que después sacarás un provecho personal. Por eso el término «Porkycracia» me parece muy acertado para describir la situación de la que todxs de una u otra forma hemos sido cómplices en México.

Lo miserable a lo que hemos llegado en nuestra larga historia de intercambiar todo al mejor postor, incluyendo la bondad y dignidad, es cuando la integridad de un hombre o mujer es vulnerada por ricachones sin escrúpulos que entienden que en un país como México, la cantidad de ceros en la cuenta de banco determina el grado de impunidad.

Y así, amparados por la Porkycracia, se pueden asesinar estudiantes y periodistas. O violar a una niña, divertirse con ella como si fuera un juguete, un objeto de usar y tirar, así como lo hicieron los cuatro jóvenes (llamados los Porkys) provenientes de familias adineradas de Veracruz. Así se puede robar a manos llenas, como lo ha hecho Duarte, exgobernador de dicho Estado. O ser un bravucón como el exgobernador de Jalisco, Emilio González, ese que mandaba a chingar a su madre a todxs lxs que cuestionaban sus regalitos de dinero público para la Iglesia, o el mismísimo presidente del País, Peña Nieto y su casa blanca…

Como bien dice Antonio Ortuño: «A derecha, izquierda y centro, la política y la vida mexicana parecen a merced de una legión de abusadores profesionales. Una “porkycracia”, vamos.»

Augusto Metztli.

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