Trascender

Echando un vistazo al periódico me encuentro con esto: “Pornografía y vigorexia”. El titular viene acompañado de una foto en la que se ve a una joven pianista a punto de sentarse ante un Steinway; lleva puesto un vestido negro corto, medias con liguero y tacones. Se trata de Yuja Wang, una destacada intérprete.

El artículo en cuestión habla del exhibicionismo al que recurren algunas o algunos intérpretes. Al periodista que lo firma parece molestarle que Yuja Wang salga a escena con indumentarias provocativas o atrevidas –en plan sesión sadomasoquista, cito textualmente- o que algunos recurran a la necesidad de construir un personaje, un nombre que acabe convirtiéndose en una marca comercial. El firmante califica de extremas este tipo de actitudes y habla de carreras efímeras y del tratamiento inadecuado que se da a algunas portadas de discos.

Se hace evidente que el autor del artículo obvia de manera selectiva a todos los directores, intérpretes y compositores de música clásica que son en sí mismos un personaje y una marca comercial pero que visten y actúan según la norma. El director Herbert von Karajan o la violinista Anne-Sophie Mutter, la soprano Montserrat Caballé o el violonchelista Pau Casals, todos ellos son ejemplos de excelencia musical pero no podemos olvidar que los artistas, sin excepciones, en su calidad de creadores o intérpretes, dan rienda suelta al personaje que son. Todos somos voyeristas y exhibicionistas.

La música clásica no está exenta de mercadotecnia como pueden pensar algunos; nunca lo ha estado. Hay mucha gente detrás de los artistas que ganan dinero con su arte -discográficas, agentes, editores, salas de concierto, publicistas, diseñadores, fotógrafos, periodistas, etc.-; así que a la persona que escribe este artículo no debería preocuparle que los escenarios se conviertan en un espacio de pornografía musical.

La sociedad evoluciona. La manera en que se concibe, expresa y percibe el arte, también. Y que esto esté ocurriendo en un mundo tan hermético y conservador como en el de la música clásica sólo puede verse como una buena noticia. Es imprescindible que haya diversidad. El ser humano siempre ha necesitado imponerse retos, cuestionarse los límites. El arte persigue un fin que no es otro que el de hacernos trascender -ver definiciones del verbo-; los medios que emplee cada artista para conseguirlo no deberían ser cuestionados. Siendo egoístas y centrándonos solo en el resultado, el arte nos propone un viaje que siempre será personal y único. En el caso de la música, sólo tenemos que cerrar los ojos y escuchar.

Fernando Prado.

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