Me exaspera la gente que encuentra siempre una razón por la que gritar, como si gritar les hiciera libres. Me aburre hasta el cansancio tener que escuchar los gritos de alguien a cualquier hora del día. Es como si se sintieran poseedores de la verdad absoluta -vaya chorrada- o se creyeran con la suficiente autoridad moral para aleccionar constantemente a sus hijos -por ejemplo-, a quienes tratan como si fueran tontos. Gritar no les convierte en personas más sabias, ni les otorga mayor autoridad; gritar les convierte en energúmenos y desequilibrados, en personas que pierden la poca autoridad que creen poseer. Gritar es un síntoma claro de la pérdida de control, una ofensa a sí mismos. Gritar no es educar, es agredir.
Fernando Prado.
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