Pinté «Arde el cielo» cuando quemaron parte de Xiabre, y esta ilustración que veis ahora la pinté en octubre de 2017 cuando se respiraba humo en todos lados y se leía en redes «Queiman Galicia». Detuvieron el fuego, nos concentramos en las plazas y ya mejor nos fuimos olvidando, hasta que volvió a tocar cerca, como siempre. La aparente sensibilidad disfrazada de egoísmo cuando las llamas se acercan a tu casa. Ya después, miramos para otro lado y seguimos contaminando lo que pillemos por delante.

Quemaron Chile, Portugal y México, quemaron Tarragona y Toledo, Madrid y Cantabria, quemaron Cercedo-Cotobade, Ourense y Rianxo.  Quemaron Ribeira y Porto do Son, otra vez.

Están quemando puntos tan extremos como la Amazonía y el Ártico.

La mayoría, por no decir todos, son provocados por el ser humano, ese mismo al que dicen hay que dejarle un planeta mejor. Aparecen culpables por todas partes y suceden durante todo el año. Unos queman para «despejar y cazar zorros», otros para cultivar de manera masiva algo que será comida para animales y humanos. Una cadena alimenticia nada sostenible, sin sentido y muy delirante.

El día que no solo nos preocupen nuestras paredes, y seamos conscientes de que entre todxs estamos arrasando desde el pulmón del planeta al pulmón de nuestra aldea, y con ello el hogar de infinitos seres sin voz, a lo mejor dejaremos de jugar con fuego. Es un tema muy amplio, y hace falta asimilar la educación ecológica y llevarla a la práctica con pequeños gestos diarios.

Sigo queriendo que los montes, las selvas y los parques mantengan sus colores naturales. Quisiera que «Soñemos un bosque verde» solo fuese una linda canción de Aterciopelados, y sencillamente vivir el bosque tal y como es, respetarlo y cuidarlo siempre, desde el árbol más alto, a la mínima gota de agua que llega para regarlo, sin olvidarnos de toda la fauna que habita en él con un respeto y una sabiduría que, al paso que vamos, nunca alcanzaremos.

Marthazul.

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