Conforme pasan los años, la iluminación navideña me parece un derroche de recursos y un síntoma de la embriaguez consumista de la sociedad. Si por mí fuera pasaría de ella, y si la gente quiere celebrar la navidad aumentando su consumo energético, que ilumine su casa o su negocio y se encandile sola. Pero como la realidad es otra, siguiendo el cíclico y absurdo curso de los dogmas festivos sin significado, cuando toque iluminar las ciudades con decorados navideños, lo ideal sería, haciendo un gasto proporcional y modesto, para que los recursos públicos se utilizaran en lo verdaderamente importante, como la integridad y la salud de la gente.

Madrid, Málaga y Vigo han entrado en una absurda competencia para ver quién hace el derroche de dinero y energético más grande para iluminar la ciudad, la típica competición de machotes y sus falos. No me sorprende que Caballero, el alcalde de Vigo, y Almeida,  el alcalde de Madrid, ambos machistas, populistas, caprichosos y prepotentes, recurran a las luces navideñas y divertimentos para tapar sus miserias humanas. Tanto en Vigo como en Madrid los servicios sociales están desbordados y son insuficientes, la gente en situación de calle se agrava y con el invierno son más vulnerables.

En Vigo peligra la supervivencia y calidad de vida de los animales que habitan las reservas naturales emblemáticas como las de Cíes y Ons por culpa de la excesiva emisión lumínica de Caballero. En una entrevista que le hicieron, le preguntaron por la contaminación que genera su ocurrencia, y respondió que no, que no era así, que él está preocupadísimo por el cambio climático.

Yo no soy católico pero conozco los valores éticos y morales que representan la navidad como la generosidad, la empatía, el amor y la mesura, lo que sí me parecería congruente con estas fiestas, sería una competición para ver qué ciudad es más empática, o cuál derrocha más bondad y presume de austeridad.

Augusto Metztli.

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