Los siempre precarios que preservan nuestro espíritu

El vecino de abajo, me había prestado varios discos, uno de ellos era el de éxitos de Chavela Vargas, con canciones como: La Macorina, Luz de luna o Paloma negra. Mi abuelo acababa de morir, lo quería (quiero) muchísimo. Recuerdo sentarme en la ventana a mirar el cielo, a beber café y a fumar escuchando a Chavela, eso me ayudó bastante con el duelo. Hace muchos años un amigo me dijo que cuando vivíamos situaciones complicadas que cambiarían el curso de nuestras vidas, había que escuchar música nueva, música nueva a borbotones. Siempre me ha funcionado su truco, en cualquier situación.

Cuando decidí estudiar arquitectura, la balanza la inclinó leer «El manantial» de Ayn Rand, el libro trata sobre la arquitectura, la ética, el espíritu humano, las convicciones, los principios y el significado de los oficios. Después de terminar de estudiar la carrera, de trabajar en algunos despachos y hacer algunos proyectos, ese mismo libro fue quien influyó para dejar la arquitectura y dedicarme a otros menesteres. Aún recuerdo cómo me emocionaba al ver una exposición de Miró y por qué el aroma a pintura me inspira, o cómo «Son de Mar» de Manuel Vicent me hacía volar, y que al final volé.

Cada vez que veo una montaña, pienso en Luvina, y de inmediato pienso en mi padre leyéndome a Rulfo, mientras bebía café y me explicaba cómo usar las palabras con eficacia, y entonces entiendo que de ahí viene mi pereza por conversar. En la película de «Sueños de libertad» (Shawshank redemption) Andy pone una pieza de ópera en el altavoz de la prisión para que el resto de presos la escucharan y se sintieran libres aunque fuera unos minutos, lo que ocasiona que lo metan a la celda de aislados durante un par de semanas. Cuando sale, le preguntan sus colegas cómo fue que pudo soportar el encierro, él respondió que tenía la música en la cabeza y con ello estuvo acompañado. «Esa es la belleza de la música y eso no te lo pueden quitar nunca».

Las obras de los y las eternas precarias, de los y las malpagadas, de las últimas, de las prescindibles para el sistema, siempre han estado ahí, a lo largo del tiempo, para reconfortarnos, para recomponernos, para revolucionarnos, para guiarnos, para estremecernos, para alimentarnos, para alocarnos, para perdernos, para expandirnos, para resetearnos, para entendernos, para encontrarnos, para vivirnos.

Recuerdo una conversación de cuando era adolescente con mi prima, charlábamos de los apuros económicos con los que ambas crecimos, ella me dijo que su mamá y ella se miraban los bolsillos, juntaban el dinero que tenían y decían ¿qué hacemos, comemos o vamos al cine? Iban al cine. En ocasiones para ellas el cine era imprescindible. La belleza que se nos revela en el mundo, que se recrea en el arte, es un ejercicio de empatía, sin empatía el ser humano no habría sobrevivido. Por eso es imprescindible, aquí seguiremos ejerciendo el oficio de los precarios imprescindibles.

Nadie más, salvo «Paloma negra» de Chavela, revive una y otra vez a mi abuelo.

Augusto Metztli.

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