
El Tribunal Supremo inhabilita a Quim Torra y le impone una multa de 30.000 euros. Lo condenan por desobediencia, tras negarse a retirar del Palau de la Generalitat una pancarta de apoyo a los presos del procés durante la campaña de las generales de 2019. Desobediencia “contumaz y obstinada”, según la sentencia. Esto aboca a Catalunya a un período de interinidad política y elecciones, que se celebrarán seguramente en febrero de 2021. Suma y sigue.
La inhabilitación de Torra era más que previsible. Llama la atención que se ejecute a dos días del 1 de octubre, una fecha tan importante para el independentismo y día en el que fuimos testigos de uno de los episodios más lamentables de la historia reciente, porque más allá del simbolismo, conviene decir hasta la saciedad -no vayamos a olvidarlo, que eso se nos da muy bien- que la represión y la violencia aplicadas sobre los “votantes” por los cuerpos de seguridad del Estado fue innecesaria, desproporcionada y criminal.
El pulso entre el gobierno central y el autonómico continúa y parece no acabar jamás. Sigo pensando que las posturas inamovibles en un estado democrático no tienen demasiado sentido cuando afectan directamente a los ciudadanos. Ambas partes han demostrado a lo largo de los años una soberbia que pone los pelos de punta. Sin voluntad de diálogo no se alcanzan acuerdos jamás. Contumaz y obstinada ha sido la actitud de unos y otros, actitud que ha provocado una serie de acontecimientos y momentos históricos penosos, vergonzosos y muy cuestionables desde el punto de vista democrático.
España es un país peculiar -más o menos como todos, supongo- en el que un montón de carroñeros se pelean por conseguir la parte más nutritiva de las vísceras del animal muerto. Mercenarios del amiguismo con el odio a flor de piel.
Unos se han cargado a Torra, ese tipo incómodo, añadiendo más inestabilidad, si cabe, al panorama político catalán. Otros han conseguido un mártir más para la causa, pero continúan careciendo de un líder mesiánico que unifique a los partidos independentistas instalados en el desconcierto, a lo que hay que sumar el cansancio y la frustración de un amplio sector de la población por los objetivos no alcanzados.
No hay cambios a la vista. Todos los movimientos parecen no llevar a ninguna parte.
Fernando Prado.
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