
Miles de migrantes -básicamente, personas como tú o como yo- se echan al mar, llegan exhaustos a la orilla. Han cruzado ilegalmente una frontera y en suelo español – europeo, policía, personal sanitario, Cruz Roja, oenegés, etc., les atienden como pueden. Es que vienen engañados, he escuchado estos días, porque luego llegan aquí y se dan cuenta de que las cosas no son como ellos creen o como les habían explicado. No vienen engañados, no, vienen desesperados. Es una vergüenza, una chapuza diplomática, una irresponsabilidad política, una invasión permitida por el Gobierno de España que, además, ha accedido al chantaje del rey moro.
Lo que debería darnos vergüenza es la deshumanización de una sociedad que hasta hace cuatro días cruzaba fronteras ilegalmente o como fuera necesario para huir de la miseria, la guerra, la represión. Lo que debería darnos vergüenza es la insensibilidad de la clase política, la utilización del discurso del odio -que siempre es contra el débil, el extranjero, el rarito, la mujer, el negro, el moro- como arma y la mentira -ya sea por ignorancia o a conciencia- como propaganda.
Mirad al puto negro cómo la abraza, cómo la aprieta contra su cuerpo de ilegal, cómo hunde su cabeza de criminal en los suaves y turgentes pechos de la chica. Mirad esos cientos de menas que vienen a delinquir; mirad cuántos parásitos en esa playa. Mirad esa turba de infieles apestosos que nos invaden. Solo llevan encima los harapos que les visten, el miedo y la desesperación. Y así como llegan les expulsamos, niños y adultos devueltos a la pocilga de la que habían huido.
Todo sería más sencillo si pudiéramos caminar sobre las aguas y atravesar líneas imaginarias. Todo sería más sencillo si tuviéramos memoria.
Fernando Prado.
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