Los Fanzines son el laboratorio

La palabra «fanzine» la conocí viviendo aquí en Galicia, a ese tipo de publicaciones yo les llamaba «plaquette«, porque las primeras que leí eran las que publicaba mi padre y su grupo de amigos y amigas poetas. Una era «El Curandero», pero había unas cuantas más.

Por varios años, un grupo de colegas y yo hicimos la revista Casiopea, era lo que llaman una «carpeta de arte», «objeto de arte» o «publicación alternativa». Me encantaba hacerla, aprendí mucho y nos fue muy bien, cumplimos todos los objetivos que nos propusimos y muchos más que nunca imaginamos. Pero a mí me apetecía hacer algo más reivindicativo, entonces recordé aquellas plaquettes que conocí en Puebla y que publicaban el grupo de poetas al que pertenecía mi padre. Así que comencé con la «Revista Xólotl», en ella publicaba sin autorización de Eduardo Galeano (la pedí, me dijeron que le preguntara a él, pero no cómo contactarle) los fragmentos que más me gustaban de su libro «Las venas abiertas de Latinoamérica», e invité a una serie de colaboradores y colaboradoras con textos e ilustraciones. La imprimía gracias al patrocinio de la Mata Tinta y el Caf Eco, lo repartía de manera gratuita por la zona de Chapultepec y en Tlaquepaque. Me gustaba ver a la gente leyéndolo o cuando amigos o amigas mías me hablaban de él sin saber que yo lo hacía. Saqué tres o cuatro números, no recuerdo bien. La dejé de hacer al mudarme de ciudad. Esa fue toda mi experiencia con las publicaciones de ese tipo.

A partir de pertenecer a AGPI (Asociación Galega de Profesionales de la Ilustración) fue que escuché «fanzine» y supe lo qué era. Sergio Covelo, Bernal Prieto, Yupiyeyo y muchas más colegas ilustradoras publicaban los suyos desde años atrás e idearon un mercadillo para venderlos, se llamó (llama, porque lo siguen haciendo) Autobán y coincidía en las fechas del Viñetas del Atlántico (un festival de cómic de A Coruña). Participamos con nuestro proyecto editorial «Tazalunarbooks» en la primera edición del 2014 y me sorprendió el ambiente, las publicaciones de las demás, la dinámica, el espacio; no se parecía a nada que yo hubiera visto o hecho en México. También he publicado algunos fanzines con los que he quedado más o menos contento, como «La libreta menstrual«, «Poetiza«, «Mango limón» o «Mira que si te quise fue por tu pelo…» la mayoría publicaciones colectivas.

En la distancia y gracias a mi amiga Lizeis, fui conociendo la escena «comiquera y fanzinera» en México, en la propia FIL de Guadalajara han conseguido su espacio, pero también tienen una fuerte presencia en eventos alternativos y con la esencia reivindicativa y particular que caracteriza a ese movimiento. La última vez que fui a México, estando en Puebla visité en una casa semi-abandonada un festival de ilustración, artesanías y fanzines, me encantó y me compré algunas cosas. Días más tarde, dentro del espacio de la librería Profética hay o había «Leer más allá», un local exclusivamente dedicado a vender fanzines de todo el país, no lo podía creer, una aventura comercial de ese tipo requiere valentía o locura, yo no sé, también me traje cosas muy chulas.

Sin pretenderlo tengo una colección de muchos fanzines, a los que pienso juntar y guardar en un lugar especial, y también en estos quince años he publicado bastantes, sin ser consciente de nada, hasta ahora. Deteniéndome en todo lo que he visto y en lo que he hecho, he llegado a la conclusión de que este tipo de publicaciones, son el laboratorio de la edición, son los ensayos de futuros libros o no. Es la experimentación en su más alta tesitura, es como cuando los músicos componían y grababan las primeras maquetas en una radiocasetera dentro del baño. Los fanzines son las libretas de bocetos de las y los pintores. Son los primeros pasos de una coreografía, son las anotaciones en una servilleta de una futura película. Es la idea de primera mano, es tan accesible hacerlos, en ellos se puede hablar de lo que sea y como sea. No hay expectativas, solo creación, solo decir, solo imprimir en la copistería de la esquina, en la impresora de casa, a mano, uno a uno, o en una imprenta, la expresión casi sin intermediarios.

Hace unos meses, me reencontré con Loreley, una colega de hace años y que ahora es amiga. Ella nació en Uruguay y vive en Cataluña. Me contó que a veces a la gente que le visita, les comparte su colección de fanzines. Los tiene en un lugar especial y los ofrece con afecto de anfitriona. Entonces me di cuenta del valor añadido que tienen, son lo más íntimo de un autor o autora y el tenerlos, es a su vez también un acto íntimo, emoción pura compartida.

El fanzine es todo lo que uno quiera que sea, prácticamente no hay límites, por eso me encantan.

Augusto Metztli.

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