
El fin del mundo se está anunciando desde el principio de los tiempos, es decir, desde el momento en que nos convertimos en animales bípedos y comenzamos a pintar en las cuevas -somos antropocentristas y situamos al ser humano como medida y centro de todas las cosas, ¿no?-. Los profetas, gurús, iluminados y demás seres especiales que habitan entre nosotros -tu vecino o tu tía podrían ser uno de ellos- nos anuncian una serie de acontecimientos que sucederán, símbolos a los que debemos atender porque evidencian el fin. Enfermedades, plagas, sequías, terremotos y todo tipo de catástrofes naturales; la llegada de dioses y marcianitos -¿se habrán perdido?-; el aumento de poder e influencia del “lobby” LGTBI+, la Ley Trans y los atentados a la gente de bien. El otro día escuché a uno de estos elegidos decir que había recibido un mensaje telepático de la nave nodriza advirtiéndole que teníamos que estar preparados porque el inicio de una nueva humanidad era inminente.
A mí dejadme tranquilo. No me llevéis a otra galaxia, paso de la criogenización -cada invierno me someto involuntariamente a algo parecido-, la transmutación, los viajes en el tiempo. Firmo mi renuncia a cualquier éxodo, ya estoy cansado de huir. Yo me quedo aquí, en este mundo de perversión y vicio que está a punto de arder, mientras sigan viniendo las golondrinas.
Fernando Prado.
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