El charco

Caminaba por el estrecho sendero que unía los postes de madera que soportaban el tendido eléctrico que atravesaba el bosque cuando tropecé con una raíz que sobresalía y me caí torpemente. Rodé como un cuerpo desprovisto de vida por la ladera sin que ningún árbol me detuviera y fui a parar a un enorme charco que se había formado con las lluvias de la noche anterior. Me sumergí completamente en el agua turbia; por suerte, no era demasiado profundo y tras unos segundos de absoluta oscuridad pude asomar la cabeza y respirar. Apoyado sobre los codos, con el agua hasta el cuello, apareció un repentino miedo punzante, irracional y absurdo. Me sentí amenazado por unas extrañas criaturas que habitaban en aquel charco y que se acercaban a mí, rodeándome, acechándome, esperando el momento adecuado para atacarme y convertirme en su presa. De un momento a otro comenzarían a morderme, centenares de diminutos dientes afilados como alfileres se clavarían en mi piel desgarrándola, inyectando el veneno que primero me paralizaría y luego me provocaría la muerte, antes de que los monstruos invisibles agujerearan la carne y llegaran a mis vísceras para devorarlas. Cuando el charco se seque, pensé, tal vez esos bichos prehistóricos también mueran.

Fernando Prado.

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