Cuando era niño, todos los domingos al mediodía, veía por televisión la sesión completa de Lucha Libre. La organizaba el Consejo Mundial de Lucha Libre (CMLL), y años después la Lucha Libre AAA. En ese entonces me encantaba tanto, que compraba la revista mensual de Colosos de la Lucha Libre. Conocía el nombre de la mayoría, su estilo, a qué bando pertenecía, si habían perdido la máscara, la cabellera, qué campeonatos tenían y sus identidades anteriores.
Luisa era una mujer delgada, poca cosa. Al verla uno podía preguntarse de dónde sacaba las fuerzas necesarias para mover su menudo cuerpo. Siempre se la escuchaba yendo o viniendo, pues arrastraba sus pies en un caminar inseguro; sin embargo, detrás de cada pequeño paso que daba parecía haber una profunda reflexión, como si midiera distancias y calculara inercias con el fin de llegar al destino sin sufrir percances. Esa determinación era solo un reflejo de su carácter. Puede que la manera en que caminamos muestre cómo somos. A pesar de la curvatura que el tiempo había dibujado en su espalda era una mujer recta, que se mostraba erguida y orgullosa de su vida y de su familia más directa: su hija, su nieta y su bisnieta; tres mujeres valientes que son, cada una de ellas, un universo en sí mismas, pero que se han mantenido unidas sin importar ausencias físicas y lejanías geográficas, recordando en todo momento y sin dejar lugar a dudas, qué es lo verdaderamente importante -eso que tan a menudo solemos olvidar-.
Los y las arquitectas perdimos la oportunidad de aportar a la sociedad una visión humanista, feminista, antirracista, animalista y ecologista de la profesión. Habiendo la tecnología y los conocimientos, terminamos un milenio y comenzamos el otro, haciendo lo mismo de siempre: Ocupando espacio con amasijos de materiales sin sentido y sin responsabilidad. Me tocó vivir y participar en el error histórico de crear viviendas en serie en todo México y en la burbuja inmobiliaria de España. Al mismo tiempo que en otras partes del mundo se levantaban y levantan ciudades absurdas con petrodólares.
Tomamos miles de pequeñas decisiones diariamente que afectan a nuestras vidas. Decidimos qué ropa ponernos, en qué momento cambiar de acera, qué queremos comer o a quién llamar para tomarnos una cerveza. Nos sentimos libres por elegir el color del coche, el hotel del fin de semana, el tejido del nuevo sofá. Nadie -pensamos- puede arrebatarnos esa libertad porque tenemos el derecho de decidir sobre nuestras vidas en todo momento, y eso hacemos, decidir cómo queremos vivir de acuerdo a nuestros principios y en función a nuestras posibilidades económicas.
A Rosalía de Castro (Santiago de Compostela, 24 de febrero de 1837 – Padrón, 15 de julio de 1885) la he descubierto poco a poco, a cuentagotas y de mano de lo cotidiano. Como cuando hace años, en el cine de la universidad en Guadalajara en México, vi la película “Mar adentro” y me conmovió tanto aquella canción de “Negra sombra” cantada por Luz Casal. Viviendo aquí, encontré un disco de Carlos Nuñez, lo compré porque me apetecía conocer música galega, y cuando lo puse, sonó aquella misma canción, y ahí en los créditos decía “Rosalía de Castro”. No hace mucho, durante meses, Marthazul y yo íbamos varias veces por semana a Santiago de Compostela, para pintar murales en el área de pediatría del CHUS. Si vas en el tren regional desde Vilagarcía, seguro que pasas o incluso te detienes en la estación de Padrón, y en frente puedes ver la bellísima casa donde vivió Rosalía, yo fantaseaba al ver algunos árboles centenarios de su jardín, pensando en que ella leía bajo su sombra. Pero lo más significativo lo viví hace poco, el mar Atlántico, es la matria de los y las galegas. Manolo, mi suegro, al que apreciaba mucho, poco antes de morir quiso ir a despedirse del mar, ya era muy tarde, sus huesos adoloridos no aguantaban subirlo al coche, no pudimos, pasamos la tarde en el patio al sol, pensando en el mar. Murió a la semana. Rosalía de Castro, poco antes de morir, quiso despedirse de ese mar plateado o a veces plomizo, pudo ir en tren y después en barca a Carril, a la playa que llaman la Covacha. Ahí fue su despedida.
Desde “tú Lisa, yo Conda” te he nominado al premio METAMORFOSIS … EL PREMIO SIN PREMIO, espero que sea de tu agrado: http://tulisayoconda.wordpress.com/metamorfosis-un-premio-que-hace-honor-a-su-nombre/
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tú Lisa, yo Conda muchas gracias!!!
Aquí van las respuestas
Si fuera un animal … sería un chango – mono
Si fuera un libro … sería “Patas arriba” Eduardo Galeano
Si fuera un coche … sería bicicleta
Si fuera una película … sería “Intocable”
Si fuera un árbol … sería el Ahuehuete del Tule
Si fuera una canción … sería “Ofrenda” de Pedro Guerra
Si fuera una bebida … sería agua o café
Si fuera una comida … seríamos totopos
Si fuera una prenda de vestir … sería unos huaraches
Si fuera un edificio … seríamos la casa de Frida en México DF
Si fuera un cuadro … sería Las dos Fridas o La columna rota
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