Dos personas muy especiales y estimadas murieron consumidas por el cáncer. A ambas personas las vi horas antes de que murieran y más tarde, sin vida. El fotógrafo Walter Schels para enfrentarse a la muerte, quiso explorar esta sensación, haciendo retratos de gente que estaba convaleciente y que le quedaban pocos días de vida. De manera espontánea, los fotografiados le compartían alguna experiencia, un consejo o cualquier cosa a manera de epitafio, para los vivos. Después, al morir les hacía nuevamente el retrato y los mostraba juntos, con vida y sin ella.
La mayoría de ellos coincidían en querer enfrentarse a la muerte acompañados. La muerte de un familiar, amiga o amigo, es un proceso complejo e íntimo, por eso me fastidia bastante que ritos religiosos homologuen estos procesos y rituales, sin dejarnos vivir nuestra tragedia, nuestra despedida. Nos someten a estándares sociales, ajenos e inhumanos en un momento tan delicado como ese.
Si para la vida es mucho mejor nuestra versión, la íntima, la que nos apetece vivir, la que la intuición sintoniza. Para la muerte debería ser así, o no, pero por decisión propia, no por compromiso. Porque como bien dice Rosa Montero en su último libro: «Sólo en los nacimientos y en las muertes, se sale uno del tiempo».
Por eso me gustan los elefantes, que despiden a sus muertos acariciándolos con su trompa, porque escuchan a sus cuerpos.
Augusto Metztli.
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