La vida debe seguir unas pautas, un ritmo. Todo tiene que estar planeado a conciencia y cada suceso o acontecimiento ha de ocurrir a su debido tiempo. Así nos han enseñado.

Obtener un título universitario, trabajar, casarnos, comprarnos una casa, tener hijos, ascender, jugar al paddle los domingos, y morirnos plácidamente una tarde de otoño justo en el momento en que se desprende la última hoja. Pero la vida no es un libro ni algo predecible.

Durante los años del boom, cuando todos éramos ricos, si no tenías una hipoteca a cuarenta años no eras nadie. Los afables empleados bancarios te daban la pasta para la casa, el coche familiar y el viaje de novios; una firma aquí, por favor, y enhorabuena. El espejismo se esfumó de pronto y esa firma se convirtió en una condena para muchas familias. Entonces descubrimos que nos habían robado y engañado, que el paraíso no existía y que éramos víctimas de un sistema voraz e inhumano.

Tal vez deberíamos vivir en una casa para pájaros y ser más libres. Dejar la cuadrícula y disfrutar el momento, porque al final, la muerte siempre nos sorprende.

Fernando Prado.

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