Me gusta creer que la crianza es mi mejor escenario para cambiar el mundo. Que es el espacio donde puedo sembrar las semillas de los frutos que quisiera estar ya cosechando, que me gustaría estar ya disfrutando. Semillas de respeto, de colaboración, de empatía, de relaciones basadas en la armonía; semillas de confianza en las propias capacidades y en lo mucho que pueden aportar a la sociedad, semillas de autovaloración que no hagan necesario el embrutecimiento de la mente, la enajenación de las personas, el adormecimiento de los cuerpos y el alejamiento del espíritu y de la naturaleza.
Me gusta creer que, a través de este trabajo, invisible en nuestra sociedad, juzgado por muchxs pero con el que se comprometen pocxs, puedo generar actitudes más sanas que hagan circular energías de armonía por nuestro doliente planeta, ayudando así un poco a su saneamiento.
Mi colaboración no se traduciría en absoluto en moldear a mis hijxs de tal forma que sean lxs ciudadanxs «perfectxs» que este mundo necesita, nada estaría más lejos de la realidad. Primero, porque son personas, no piezas de barro y, segundo, porque la labor de cambio, como siempre, empieza en primera persona. Cómo podría enseñarles el respeto si no es con el ejemplo? Y el amor a la Tierra, a los animales y las plantas? Cómo podría conseguir que confíen en su instinto, en sus corazonadas, en sus capacidades? Cómo mostrarles que la colaboración es tanto un beneficio personal como comunitario?
La realidad de MI crianza consciente es que he tenido que empezar por criarme a mí misma, por re-crearme, por re-hacerme completa desde las raíces. La verdad es que muchas actitudes que quisiera aún ni siquiera se las puedo modelar a mis hijxs; otras, no lo hago como me gustaría porque aún trabajo en vivirlas yo misma, en creerlas yo misma, en cambiarlas por nuevas actitudes y acciones que realmente quiero que aprehendan. Y esa es mi primera colaboración ecológica: re-crearme A MÍ. Y deshacerme de todos los prejuicios y perjuicios ajenos tragados a lo largo de años y años de «instrucción» (adoctrinamiento) familiar, religiosa y escolar, y recuperar los dones con los que llegué a este mundo y que, sin prisa, pero sin pausa me fueron arrancados uno a uno, hasta creer que verdaderamente los había perdido o, incluso, que nunca existieron. Y es que no hay otra manera, el trabajo comienza en mi persona.
La crianza, esa gran infravalorada a la que todxs nos sentimos con derecho a exigirle (pero nadie le da nada, ni siquiera lo que le corresponde). Ese campo en la que todxs, experimentadxs y ajenxs estamos siempre dispuestxs a opinar. Esa eterna sujeta de juicio: mal si das, mal si niegas, mal si quitas, si pones, si dejas… Mal, mal, mal!
La crianza, ese pequeño espacio en el que el sistema pretende meter (y mete) sus asquerosas garras para prostituirlo, para apropiarse de las mentes de nuestrxs hijxs y moldearlas a su conveniencia para convertirles en sus pequeñxs lacayxs que después trabajarán como sus policías; ese pequeño espacio que algunxs pretendemos (y, lo conseguimos en diversos grados) mantener NUESTRO y solo nuestro, por derecho propio.
Si supiéramos el poder social, político, económico que hay en el acto de criar, si no le tuviéramos miedo a re-crearnos en el acto de la crianza, si tuviéramos el valor para vivirla con consciencia y re-hacernos como personas a la vez que nos hacemos como madres/padres, tal vez la concebiríamos como la valiosa herramienta que es y nos atreveríamos a usarla y a ponerla al servicio de lxs niñxs, las madres, las familias y las comunidades. Y cambiaríamos el mundo en algunas generaciones.
Ana Matricia Ocegueda.
Publicado originalmente en la web delirioscompartidos.com
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