Los zapatos de tacón se han convertido en una prenda fetiche, ligada desde quién sabe cuándo a la sensualidad femenina. Utilizados por los grandes diseñadores, son el símbolo de la mujer elegante y sofisticada. Este accesorio no ha dejado de evolucionar de manera caprichosa y sin sentido -como la moda en general- adaptándose a las tendencias del momento. Objeto de deseo, herramienta de trabajo, prenda indispensable del día a día; pero por encima de todo, un elemento más que contribuye a la sumisión de la mujer y que ayuda a mantener la imagen de mujer objeto y su consiguiente hipersexualización.
Si eres mujer no debes pensar, ni tener voluntad. Puedes ser inteligente, pero no demasiado; puedes ser sensual, pero siempre y cuando sigas las normas; puedes ser independiente, pero solo dentro de una sociedad que te dice que si no consumes no eres nadie; debes trabajar, pero sin evadir tu responsabilidad natural de ser esposa y madre. Si intentas ser libre y vivir en consecuencia contigo misma corres el riesgo de ser tachada de puta. Recuerda, mujer, que la imagen lo es todo; hay que guardar siempre las apariencias. Te dicen cómo pensar, cómo ser y estar, cómo moverte, cómo reir y llorar, cómo vestir, qué comer y beber. Y por si fuera poco, si decides que llevar zapatos de tacón al trabajo no es lo más apropiado y los sustituyes por un calzado más cómodo para soportar la jornada, corres el riesgo de que te despidan. Fue lo que le pasó a Nicola Thorp tras negarse a llevar tacones de entre 5 y 10 centímetros para desempeñar sus tareas.
Fernando Prado.
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