Selfie

SELFIE

Ahora que se han puesto de moda el deporte y la vida “saludable” uno se encuentra por todas partes con gente que corre, hace bicicleta, juega al pádel o va regularmente al gimnasio -por poner algunos ejemplos-. Eso está bien porque nos ayuda a romper con el sedentarismo. Si hacemos un poco de ejercicio nos sentimos mejor, más vivos y más sanos, o eso es lo que se supone que debe ocurrir según los innumerables estudios científicos.

Las nuevas tecnologías nos permiten compartir cualquier tipo de contenidos, en cualquier momento o lugar, a tiempo real y sin que las distancias supongan un problema. Nuestros teléfonos móviles disponen de conexión a internet, GPS y podemos acceder a un gran número de redes sociales. Todo el mundo tiene un perfil de Facebook, Twitter, Instagram, Pinterest, Google + o YouTube. Las aplicaciones más utilizadas por los deportistas –y por la gente que practica algún deporte, que no es lo mismo- puede que sean Strava y Runtastic; pero, por si no fuera suficiente, disponemos en el mercado de una amplísima gama de smartwatches y pulsómetros con GPS que podemos vincular a nuestros teléfonos y compartir con el mundo entero todos nuestros logros deportivos -de los fracasos no se suele hablar-. Nos hemos convertido en exhibicionistas y en voyeristas: por un lado nos exhibimos -a veces con el único objetivo de fardar y de proyectar una imagen que en ocasiones no es real-, y por otro invertimos tiempo en visitar los perfiles de otras personas para comparar nuestros tiempos con los de los demás. Estoy convencido de que el uso racional de todas estás tecnologías nos puede ayudar a mejorar en las prácticas deportivas. No obstante, creo que disponemos de tanta información que dudo que muchos de nosotros podamos asimilarla.

Estamos enganchados. Y absorbidos. En el fondo es como si tuviéramos una doble vida: la real y la que proyectamos en las redes sociales, que suele ser exitosa, divertida y super guay.

Para ir a la playa tengo que atravesar una montaña. El otro día, al llegar a la cima, en una explanada por la que se accede a un restaurante, había tres ciclistas. Estaban de pie, con las bicicletas entre las piernas; brazos en alto, las manos sujetando los teléfonos móviles. Era el momento del selfie. Unos metros más allá de sus narices, una bonita vista del Maresme.

Podemos tener el paisaje más espectacular del planeta delante de nuestros ojos y en lugar de detenernos a contemplarlo, lo primero que hacemos es sacar nuestro móvil, poner morritos y click.

Vivimos de espaldas al mundo.

Fernando Prado.

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