Es muy fácil señalar. Basta con levantar un brazo, orientarlo hacia una determinada dirección y apuntar con el dedo índice. El gesto de señalar no solo se utiliza para indicar un lugar o un objeto; a veces viene acompañado de duda, desconfianza o de una acusación.
Los diferentes sucesos acontecidos en Alemania recientemente han sido trágicos, sin duda. El joven de 18 años que disparó en el centro comercial de Munich había nacido y se había criado en Alemania, aunque también tenía nacionalidad iraní; la policía ha descartado que se tratara de un atentado terrorista y que el asesino tuviera relación alguna con el ISIS o el yihadismo, y tampoco era un refugiado. Otro joven de 27 años, sirio y con una solicitud de asilo que había sido rechazada se suicidó haciendo detonar una bomba con la que hirió a 17 personas en la localidad de Ansbach; en este caso el ISIS ha reivindicado el acto y la policía, en base a las pruebas obtenidas, no parece tener dudas de que fue un atentado terrorista. Tanto el joven de Munich como el de Ansbach tenían problemas psiquiátricos; el primero había sido acosado, el segundo ya había intentado suicidarse en dos ocasiones.
Este tipo de sucesos, además de crear alarma social le han venido de perlas a la derecha más retrógrada y racista para fortalecer el discurso nacionalista de “Europa para los europeos”. También al ISIS, que ha reivindicado algunos de los hechos, gracias a los cuales su poder y su influencia crecen porque se habla más de ellos en todas partes y a todas horas. La sensación de inseguridad aumenta, como también lo hacen el miedo y la paranoia, y se demanda a los gobiernos una respuesta contundente contra los terroristas, los inmigrantes y los refugiados. Los gobiernos responden con dureza y envían a los ejércitos a bombardear objetivos a miles de kilómetros, decretan estados de excepción o imponen exhaustivos controles fronterizos, todo en aras de la seguridad nacional. La Europa de la libertad y los derechos humanos está dispuesta a pasarse por el forro sus principios con tal de evitar la entrada de terroristas.
Pero ¿y si los terroristas ya están dentro? Cualquier ciudadano, independientemente de cuál sea su nacionalidad, su lugar de procedencia o su credo puede convertirse en un terrorista. Si a un adolescente estadounidense se le va pinza y decide vaciar varios cargadores de un fusil de asalto mientras se pasea por un instituto lleno de alumnos y profesores, a nadie -salvo quizás a Donald Trump- se le ocurriría decir de buenas a primeras que se trata de un atentado terrorista provocado, por ejemplo, por un inmigrante ilegal. En Estados Unidos existe un debate sobre si se deben prohibir o no las armas de fuego. La Asociación Nacional del Rifle y la industria de armamento constituyen un lobby muy poderoso e influyente, pero poseer y portar armas de fuego es un derecho constitucional. Eso no significa que esté de acuerdo con que un ciudadano pueda tener un arsenal en su casa, todo lo contrario; lo que quiero decir es que no deberíamos sacrificar la democracia ni nuestras libertadas y derechos civiles solo con el pretexto de tener más seguridad. Nada ni nadie puede salvarnos de saltar por los aires en cualquier momento, de morir acribillados a balazos o de acabar tendidos en el suelo degollados si nuestro vecino se vuelve loco o decide convertirse de pronto en un asesino en nombre de Dios o del ISIS o de lo que sea.
Como decía, señalar es muy fácil. Si prestamos atención a cómo reaccionan algunas personas cuando se producen este tipo de hechos lamentables, enseguida nos damos cuenta de lo prejuiciosos que somos. Siempre escuchas al que dice “putos moros”, sin importar si el autor de la matanza era afgano, estadounidense, sirio o noruego. Cuando algunas personas escuchan la palabra atentado la relacionan de inmediato con los “moros”; suelen condenar a los musulmanes y a su religión, responsabilizándolos de cualquier atentado terrorista como si todos los musulmanes fueran terroristas y asesinos. ¿Cuántas personas mueren cada año en Occidente de forma violenta sin incluir a los que fallecen víctimas de un atentado terrorista islamista? Muchas. Por ejemplo, en el año 2012, según datos del Observatorio Venezolano de Violencia, las personas muertas en ese país fueron 21.630. Sí, han leído bien. Más de veinte mil personas asesinadas sin que el denominado Estado Islámico ni ningún otro grupo terrorista islamista tuviera nada que ver.
No todo es blanco o negro, bueno o malo. Hay muchísimos matices. Antes de señalar y de culpar convendría que nos informáramos primero; además, estaría bien que abriéramos los ojos, que miráramos el mundo con curiosidad y objetividad, que nos desprendiéramos de todos los prejuicios que tanto daño nos hacen y con los que tanto daño hacemos a otros, que estemos siempre dispuestos a aprender y a convivir en una sociedad lo más plural posible.
Fernando Prado.